ESCUELA DEL SILENCIO

P. José F. MORATIEL

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DENSA NUBE


 

 

Dijeron a Moisés: Háblanos tú, y te escucharemos; pero que no nos hable Dios, no muramos"  (Ex 20,19)

"Yavé dijo a Moisés: vendré a ti en densa nube" (Ex 19,9)

 

Hay nubes que anuncian agua, nubes que prometen buen tiempo, nubes grises, nubes blancas, nubes fugaces, nubes viajeras, nubes barrocas y redondas, nubes silenciosas y ruidosas, nubes sin periferia, dilatadas e invasoras, nubes tormentosas, violentas, avasalladoras, nubes destructoras y mortíferas. Pero la nube del Éxodo es acogedora, y está como embarazada de vida.

 

Es una nube pronta a albergar a Moisés, sin ahogarle, sin asfixiarle. Así, en la nube Moisés se hace huésped del silencio de la montaña, alojado en la nube; se deja aprisionar y acariciar por ella. Porqué Moisés no percibe como peligroso avanzar en la escalada de la montaña y dejarse envolver por la nube.

 

Es ésta una nube que a la par esconde y muestra a Dios; es una nube limpia, sin salpicaduras de polución ninguna. Todo se vuelve luz. En la oscuridad, en la noche negra, en la nube se aloja también Yavé. Como Dios guía, como Dios próximo. Y la nube se convierte en un espacio de contacto con Dios.

 

Cada uno, cada ser humano, es solicitado por la nube, por el silencio. Cuando el hombre se interna en sí mismo, se sumerge y atraviesa una nube, un silencio, hasta acercarse al fondo de sí mismo. Allí encuentra a Dios y a los demás. En la voluntad de silencio se busca, sin que se exprese, la luz, la presencia. Es como volver de la noche al amanecer, de la periferia a la interioridad. Siempre se va al silencio, a la nube, atraídos por una llamada íntima.

 

El silencio nos permite llegar sanos y salvos a la zona más nuestra. Otra cosa significaría amputar la interioridad, excluirla. Y la peor enfermedad es vivir sin solidaridad consigo mismo. Porque vivir en el exterior, no sólo es hacerse cómplice de la oscuridad, sino que vuelve al hombre un pseudo-sí mismo, pues le falta el estilo plenario del ser.

 

Más allá de la nube está el cielo puro, sin contaminación. Aunque por debajo haya tormenta, y hoscos y vendavales. En el silencio la palabra repercute en la cavidad entera de nuestro corazón, y suena a cercanía, y sabe a presencia. Por dentro el silencio es palabra, comunión, luz; por fuera puede tener un aspecto sombrío y de soledad. Por eso al principio el silencio no entusiasma ni apasiona. Pero es ahí donde Dios habla y revela lo oculto.

 

Al revés del silencio, el ruido por fuera es placer, esparcimiento, diversión quizá, y por dentro es aislamiento, desolación y hasta destrucción y desintegración. En cambio el silencio nos membra y nos armoniza.

 

Dios dentro de la nube. Dios dentro del silencio. Dios próximo a lo oscuro, al anochecer, al sufrimiento incluso.

 

Dios se da, se entrega en la nube, en el silencio. Y lo que importa es que Él se vierta al corazón. Por eso no hay que temer nada, ni tender a otra cosa. Aunque un enjambre de deseos nos envuelva. En la nube hay una presencia. En el silencio hay una palabra. El hombre toma posesión de sí mismo en el silencio.

 

 

Fr José F. MORATIEL