ESCUELA DEL SILENCIO

P. José F. MORATIEL

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"Oyó palabras inefables que el hombre no puede decir"

2 Cor 12,4


El silencio no cabe en un anuncio de televisión, no es un asunto publicitario. No hay imágenes ni color que lo diga. Quizá una melodía lo sugiera. Pero no lo podrá decir ni cantar. Otra cosa sería un pseudosilencio.

Si algo se puede decir del silencio sin deformarlo, sin traicionarlo, es sencillamente que está más allá de la palabra, de la idea, de una imagen, más allá de un proyecto o de una norma. Está más allá de lo periférico, más allá del ego. Más allá del desierto, incluso.

El silencio es un territorio íntimo, un territorio sin tornas, sin mojones. El silencio es siempre lo desconocido, lo inmaculado, lo de dentro, lo que no conoce imitaciones.

El alma del silencio puede sentir la tentación casi de enmudecer. Cuanto menos se sabe  del silencio más se habla de él. Si un día uno se aproxima, aunque no se sumerja en él, se despertará el anhelo de volverse también silencio. Y es que ninguna palabra, ningún ademán lo expresa. Nada es adecuado y justo para nombrarlo. Santo Tomás de Aquino después de una experiencia honda del mundo divino guardó intenso silencio. Este silencio suyo quizás su mejor canto a Dios, la más armoniosa suma teológica. Nos regaló su silencio asegurándonos que lo que había escrito no era más que paja. Puede, quién sabe, sea una equivocación quedarse con la paja y olvidarse del silencio.

Pero antes del silencio, de ese recinto y pasaje íntimo y virgen, están los temores, los sobresaltos, los azoramientos, lo más turbio de nuestra existencia. Quedarse ahí, en ese brillo de la superficie es traicionar y extraviarse del paraíso del silencio.

El silencio no es espectáculo de recuerdos, fantasías, añoranzas, nostalgias, trepidaciones. De ser así, ese silencio sería un sucedáneo y ficción de lo autóctono, del inocente y puro corazón.

El exterior, la mente, la sensibilidad es a veces un caos, una confusión, un desorden, una agitación. Algo trivial. No pasa de ser una exhibición del pasado y de los sueños.

El silencio no se imita, no se copia. Es algo singular. Es lo más íntimo, tu zona secreta, tu zona oculta, tu cripta, tu sima misteriosa.

Es el silencio el único que queda como terreno limpio, espacio privado. Nadie podrá robarte ese interior. Nadie lo va a adulterar, nadie lo infeccionará. Es tu centro incontaminado, es tu corazón virgen, es tu autonomía, es la autoridad consumada y colmada de todo lo que eres, donde todo se subordina al puro silencio. El ruido es insolidaridad y perversión. El silencio es unidad y reconciliación de todo lo que eres. El silencio eres tú, preferentemente tú, virginalmente tú, únicamente tú. Donde Dios lo es todo, donde Él colma ese vacío, donde la Palabra cobra vida y resonancia. Donde la nada se vuelve canción del que es todo es todas las cosas.

 

Fr José F. MORATIEL