“Mi alma tiene sed de ti, como tierra reseca,

agostada sin agua”

Ps 62.2

En este verano se agrietan, se resquebrajan nuestras tierras, los rastrojos, los páramos, hasta los caminos. Es como el grito de la tierra clamando por la lluvia. Es la tierra deseándose a sí misma, anhelando su fertilidad.

 

El alma, de alguna manera hay que decirlo, desea a Dios, desea su ser, se desea a sí misma. Es el único deseo permitido, el único deseo legítimo. Como tierra que clama por el agua.

 

Otros deseos no son sanos, ni son permitidos. Pues lo que se es ya no se desea.

 

Nuestro único deseo permitido y saludable es no desear nada. Todos los anhelos deben ser agotados y consumidos. En el silencio se agota todo deseo, toda previsión, todo recuerdo, toda fantasía.

 

Al desear, huimos, nos escapamos de nosotros mismos, nos distraemos.

 

¡Cuántas veces el hombre se sorprende yéndose de si mismo! Casi, casi se puede decir que no ha hecho otra cosa que marcharse, partir de su ser hacia otras tareas, hacia otros proyectos.

 

Es algo de lo que significamos al decir de alguien que está “fuera de sí”. En lugar de estar adentro vivimos en la superficie, en la periferia, en la epidermis del alma.

 

Envueltos en noches, en ambiciones, en deseos, en proyectos, en temores. El silencio nos hace regresar adentro, es el sendero para “volver en sí”. Es de compadecer al que vive fuera, perdido en la exterioridad.

 

El silencio nos limpia de inscripciones, de sombras, de fijaciones, y de cicatrices.

 

En el silencio olvidamos lo que pretendíamos ser, lo que soñábamos ser, lo que deseábamos ser. Olvidamos lo que no éramos, lo que no pasaba de ser una ilusión.

 

Día a día vamos abandonando lo que fantaseábamos llegar a ser, lo que nos proponíamos alcanzar. Así nos aproximamos a la pobreza de ser. Sencillamente ser. Nada más que ser. Nada menos que ser. Ser sin añadidos. Ser a secas. Solo ser. Solo silencio.

 

Es tan verdadero el ser que es inefable, indecible y no se puede expresar, pues no hay voces, no hay palabras en su atmósfera. La atmósfera del ser es el silencio. Y no hay sitio en el silencio para lo oficializado.

 

Busca en el alma a Dios a pesar de saberlo invisible.