Huyendo, me alejé y me quedé en silencio” 

(Salmo 54,7)

Es el anhelo del alma de este salmo: posarse en el silencio, morar en el silencio, vivir en el silencio. Para ser libre como el pájaro que canta, vive y mora en el aire.

¿Qué canta el silencio, qué melodía, qué sinfonía la del silencio?

Silencio que es canto en la vida, en el bregar cotidiano, en la vulgaridad, en lo prosaico de nuestra existencia.

Almas pobladas del silencio, más allá de la monotonía, del bochorno, de la asfixia de la rutina.

El silencio va arando el alma rugosa y endurecida y la reblandece y vuelve porosa. Es la hora de la arada del alma, cuando la tierra se abre y sale de ella el fuego, el calor, la savia, la vida escondida en su hondura.

La ley del silencio es la armonía que nace de los adentros ocultos. Un silencio que nos gana, nos reclama y enamora. ¡Cómo será el silencio donde la presencia es canción y armonía y paz!.

El tomillo, el romero, la jara nos toca, nos alcanzan  más por su aroma que por su tamaño y su forma. El silencio no se nota, no llama la atención. Pero ¿adónde no llega su canto, adónde no alcanza su fragancia?. Siempre el perfume nos guía a la flor; siempre el silencio nos guía a nuestro corazón.

El silencio no viene de nadie, viene de la tierra. Viene de ti, de la tierra que eres. El canto del silencio es haber logrado ser puro silencio, puro ser. Ser nada.

En el silencio no necesitas morir para irte, para huir, para marchar. El silencio te lleva, te transporta, te transfigura. Transcendiendo lo visible, pasas a lo invisible, transcendiendo los ruidos, pasas al silencio. Entras en el misterio, en el absoluto silencio, en la entera nada, en el vacío que es también plenitud de presencia. Es el desierto que es fertilidad, paraíso.

Cuando se consume lo terrestre, viene a nosotros lo celeste; cuando se consume la palabra, viene a nosotros el silencio, la presencia.

En el silencio el alma no pretende conocer, adquirir, lograr. Tan sólo quiere, anhela ser. Ser en soledad, ser en silencio, ser en el desierto, ser en lo divino. Ser uno.

En el silencio el alma busca lo que le falta, se siente lejos de lo que le rodea y busca eso que echa de menos, de lo que siente nostalgia. Se echa de menos a sí mismo.

Nada puede saborear, nada necesita saborear. Sólo saborear su Amor. Como si nada le sabe a algo, como si todo le supiera a nada. Sólo sed de silencio, sed de desierto, sed de Dios.

“Huyendo, me alejé y me quedé en silencio”. Silencio que no es desgana de la vida. Silencio que es sed de vivir. Hambre de Otro, de presencia invisible.

Todo. Todo se extingue en el silencio. Pero nada de eso, nada exterior es lo anhelado, lo amado, ni lo añorado. Se deja, se quema todo para abrirse paso a lo divino.

Lo que no puede ser dicho se queda, se alberga y se abraza en el silencio. Un silencio que es lenguaje de lo inefable. Y a la vez silencio que reposa en lo indecible.