“María  guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón

 (Lc 2,19)                        

 

María en Navidad es silencio. Todos hablan. Y ella es pura contemplación.

 

Hablan los ángeles, y María permanece en silencio. Hablan los pastores y María calla, adora, acoge. Hablan los reyes, y toda la ciudad, y María sigue sumergida en su recogimiento. Habla Simeón y Ana la profetisa. Y María, inundada de asombro, abraza al niño en su ser silencio.

 

Cuando se dice Dios en el cuerpo, en la mirada, en el gesto, no hay que pronunciarlo.

 

Pero si se pronuncia, y no se detalla, ni se insinúa en los ademanes, es una profanación.

Navidad es íntima. Navidad es silencio. Casi demasiado íntima, demasiado corazón. Siempre hay en la Navidad una reserva de fuego para amar lo imposible: lo áspero, lo sombrío, lo tosco, lo rutinario. Navidad es el pretexto para la exaltación de los sentimientos más puros, más hondos y más verdaderos.

 

Dios se asoma a la vida de esta tierra y la tierra se asoma al mundo divino, más frágil de lo que esperábamos. Así Navidad es Dios mismo, sin apariencia, sin teatralidad. Ahí El nos traspasa la paz y la confianza. Es el camino, como el puro silencio, para de menos ascender a más, de nada llegar a todo.

 

El peligro de la Navidad, por ser una fiesta superlativa, es que nos convirtamos en turistas, en lugar de quedarnos ahí a celebrarla y amarla. No se puede ver de lejos, como a distancia, sin pararse. Uno se ha de estacionar y dejar que el alma se remanse y silencie en su presencia.

 

Si, Navidad es admirable. Se impone su candor, la luz, la inocencia. Y nada ha sembrado en los humanos tanta añoranza de lo divino, como la presencia de un niño. No hay nada postizo, ni disfraz en la Navidad.

 

El amor de María pasó a ser silencio. En  el amor nunca hay razones, utilidades, fines, programas. En el amor hay como un poder ilógico, irracional. Dios se da, se entrega sin que intervengan las razones, sin que influyan sistemas industriales y utilidades. Como que a Dios le atrae y enamora la sin razón.

 

Navidad huele a exceso de amor, a exceso de sin razón. No es Navidad un excursión rápida.

 

Navidad no es razón. Es silencio, es corazón. La razón es posesión, economía, negocio, comercio, especulación. El amor es derroche, despilfarro, lujo sin ostentación, sin exhibición, sin lucimiento ficticio, y a la vez sin pudor. Porque a un niño no se le puede amar a escondidas, ocultamente, sino bien a las claras y sin ningún pudor.

 

 

Fr. Moratiel