"Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su hijo"

(Gal 4,4)

La Encarnación es la promesa, la profecía de que todo alcanzará plenitud. Por caminos insospechados, todo camina hacia la maduración. No, no va a ser un fracaso esta creación. No va a acabar mal esta aventura de nuestra existencia. La Navidad es la garantía de que todo va a concluir bien.

La Encarnación, Dios entre las manos de María y Herodes. Y Jesús, justamente hay que verle en su conjunto. No trocear su misterio; nos quedaríamos sin Jesús. Verle en su totalidad; sin fragmentarlo. A su nacimiento -pasión- , hay que añadir la resurrección, la eternidad. Y así nuestra propia vida, pues en su luz hemos de ver nuestro rostro, nuestro mismo misterio.

El nacer es un don. Y el morir también es una bendición. Todos los aconteceres son providencia. Donde está Dios no hay azar, ni casualidad, ni suerte. Todo es gracia y así nuestra vida. La vida entera está convocada a vivirse como un maravilloso regalo. No hay que manipular nada, ni domesticar nada, ni elegir nada; simplemente dejar que todo suceda, y acogerlo y aceptarlo.

La vida avanza como un río. No hay que empujarle para que llegue antes. El río no se extingue; se funde en el inmenso océano. La vida en su globalidad alcanza la cima, la cumbre. Y la muerte viene a ser la culminación. En un poema caben diversidad de ritmos y de versos. En una sinfonía cabe la diversidad de sonidos y los sonoros silencios. En la vida caben los altibajos, desde el embarazo, el alumbramiento a la ancianidad: niñez, adolescencia... la cumbre, los picachos de la sierra que dejan paso a la meseta. La vejez deja paso a un mar sin costas, a otra meseta infinita y fértil como un jardín soñado.

Dios ama las estaciones, el cambio, la danza. Nosotros casi tememos el cambio de ritmo, de los días, de los años, de las edades. Y hemos de aprender en cada pisada, en cada ahora, lentamente. Hemos de abrirnos al infinito suavemente, como se abre una flor en la noche a la luz de la luna.

Lo lírico de la Navidad es inefable. Si somos aliados de esta fiesta hemos de confiar en que ella, en que su protagonismo humilde todo lo guiará a buen puerto. No hay lugar para poner en tela de juicio su éxito, la hermosura del atardecer.

Toda la creación es obra de la dicha. Todos somos hijos de esa dicha divina. Todo desembocará en el océano de la dicha. Todo va camino de la dicha.