El nardo llenó la casa de su perfume

Jn 12, 3

Es lo bello lo que tira de nosotros, lo que nos reclama y lo que nos enamora. Y si Él nos atrae, nos solicita, y nos chifla, ya nada podrá fascinarnos ni seducirnos. Jesús en la Semana Santa es el silencio de Dios. Y su silencio nos espabila, nos despierta. Él nos conduce a la plenitud al atraernos a sí.

La belleza es inútil. La muerte es inútil. Y tan solo la belleza hermosea el cosmos. Y la belleza es derroche. Todo se evapora. Y todo renace. Es un alumbramiento, un amanecer. La muerte es el sendero de la vida. Como la noche es el sendero del alma. El silencio es el sendero, la vereda del amor, la revelación de lo oculto. La resurrección es la manifestación de la vida que se esconde, como la muerte de la semilla es germinación de la vida, todo va en la semilla: El trigal, el bosque, el robledal, el jardín. Deja que en el silencio germinen y florezcan las mil semillas de vida que van poblando los campos, la meseta de tu alma.

“Todo se ha consumido”, como el perfume, como la fragancia del nardo. El silencio al soltar sin cesar lo que hemos logrado nos va a desvelar el secreto íntimo, el misterio que se oculta en el corazón.

El Dios de la sementera, de la germinación es el que tira de nosotros, el que nos fascina. El silencio es como el culto a la maduración, al florecimiento, a la plenitud de la vida.

La confianza del silencio es la de la semilla que se deja enterrar, segura que en el silencio de la tierra y en la noche de la tumba, que es abrazo y calor, brilla ya una luz de vida resucitada. Así irrumpe en nosotros una vida arrolladora.

El silencio, como Cristo mismo, es amigo del exceso, es amor hasta la exageración, amor desmedido. La pasión del silencio es apasionamiento. Y no hay peligro de sobredosis.

¿Qué sería de este mundo sin las flores? ¿Qué sería de este mundo sin Jesús? Sólo lo superfluo hermosea nuestro planeta. La flor es inútil. La muerte de Cristo es inútil. Una flor hermosea la montaña y alcanza al valle. Jesús un amor que hermosea el mundo. Una fragancia nos conduce al rosal, al jardín. Un amor, EL AMOR, nos lleva a Jesús, a la cruz, suprema palabra del Amor.

El silencio puro nos lleva al cáliz de la rosa que es divina.

La muerte también gusta de la exageración. Del superávit. Hasta el todo se ha consumido y todo resucita.