CRÓNICA DEL ENCUENTRO EN HERENCIA - 2007
 

"CON TEMOR Y TEMBLOR"

 

 

 

CON TEMOR Y TEMBLOR. Así comenzaba la primera charla del Padre Moratiel que escuchamos, en el encuentro de Herencia, el lunes por la mañana.

 

¡Qué bien definían mis horas previas al encuentro! porque aunque no vivía el temor y el temblor que entendemos literalmente, sí experimenté, en esas horas precedentes, el nerviosismo y la inseguridad de mi misma.

 

El primer encuentro que se llevó a término el domingo después de la cena, fue simplemente para comunicar y recordar las pautas y el horario, aspectos ya clásicos y conocidos en los encuentros e iniciar unánimemente el Silencio. Era consciente de que mi labor era mínima, puesto que todo era cuestión del grupo que habíamos decidido pasar esta semana juntos y en silencio, por tanto las palabras más verdaderas que salieron de mis labios fue que confiaba plenamente en todos y que el respeto de cada uno por su silencio, nos daría el respeto y el silencio a todos los demás. Sin más.

 

Los horarios situados en un lugar visible y asequible nos permitían consultarlos fácilmente, nuestra estancia tenía una clara finalidad: compartir esos días en un ambiente especial y vivir de una forma muy poco usual en la sociedad de hoy.

 

He de decir que la primera jornada, la del lunes, terminé rendida. Por la noche me sentí terriblemente agotada, debió ser ese “temor y temblor” previo, aunque dentro de mi empezaba a sentir la dicha y la paz de todos y la buena predisposición de mis condiscípulos.

 

Una posición que sí me busqué con anterioridad, fue situarme cerca de las salidas, tanto en la capilla donde vivíamos el silencio en grupo, como en el comedor. Mi objetivo era claro: escabullirme en caso de temor o de temblor. Pero la realidad resultó totalmente apartada de ese mi objetivo. La situación de esa posición, me ofreció otra realidad bien distinta: mostrarme y permitirme vivir la presencia de todos y cada uno de los que estábamos. ¡Cuánto me prestaba verles con entrega, con respeto, con verdad! Me sentía prendida de un agradecimiento y de una alegría que no sabría explicar, les veía moverse con familiaridad, con confianza, con respeto, viviendo y compartiendo con tal atención y con tal cariño el camino que Moratiel nos enseñó, que había momentos en que se apoderaba de mí el deseo de manifestar mi contento y mi gozo por su estar, por su silencio, por su presencia, por su compartir.

 

Resulta difícil cruzarte en los paseos sin mediar palabra, y casi evitas la mirada para no tener la tentación de dar los “buenos días”; en las comidas casi prefieres levantarte para no andar gesticulando el deseo de coger pan, de acercarte la fuente o…, si se coincide en los pasillos o en la escalera fácilmente te brota la sonrisa o una palmadita para poder seguir en silencio, y así infinidad de detalles que se viven de una forma especial, distinta y muy expresivamente con tal de mantener el silencio.

 

Recuerdo que el jueves sentía la necesidad de manifestar esos sentimientos que se habían instalado dentro de mí y como no podía verbalizarlos, abrazaba, rozaba o de alguna forma me hacía algo más próxima a aquellos que sabía más cercanos, aquellos que me eran más conocidos o quizás más sensibles a mi acercamiento, sentía que era muy osado por mi parte manifestarme a todos por igual, en cierta forma me reprimía. Una tontería probablemente. Fruto de una educación, de unas formalidades, pero... es que... ¡Me sentía tan cerca de todos! Algunos no sabíamos ni nuestros nombres, pero que más daba el nombre, decir María, Luisa, Juan, Antonio o Pilar poco nos decía y sin embargo la presencia ¡cuánto nos unía!

 

Las charlas que escuchamos, también pertenecían a un mismo período de 7 días, por lo tanto en la primera nos daba la bienvenida, cuando hacía referencia a la mañana allí estábamos todos escuchando esas palabras por la mañana, si era por la tarde coincidía con nuestras tardes, si hacía referencia a lo que habló el día anterior, todos habíamos escuchado esas palabras del día anterior…  por tanto, cerrabas los ojos y…  Moratiel estaba allí… en alma y cuerpo.

 

Las lecturas en la primera y última hora de oración silenciosa fueron del libro de La Posada del Silencio. He de decir que yo había ya leído esas palabras escritas, y de alguna forma las releí de nuevo para enlazarlas con las palabras escuchadas en los CD’s, pero leerlas y compartirlas en el silencio de mis condiscípulos… no tiene comparación posible.

 

No pudimos hallar ni sacerdotes, ni frailes disponibles en estas fechas vacacionales, pero el lunes apareció en la Casa, un grupo acompañado de un sacerdote que al exponerle mínimamente nuestra situación se prestó amablemente a celebrarnos la Eucaristía a las 8 de la tarde, todos los días, como teníamos establecido en el horario. Increíble, realmente increíble.

 

Sería interminable la posibilidad de comentar detalles, vivencias, sensaciones, momentos compartidos, sentimientos hallados y sobretodo intercambiar la experiencia y la vivencia de nuestros silencios, porque la ausencia de palabra verbal nos permite una manifestación a la que estamos muy poco o nada acostumbrados.

 

El paso de los días nos llevaba indiscutiblemente al término de la semana, la cual finalizó el domingo, a la hora del encuentro de la mañana. Cuando este momento llegó, la explosión de abrazos, saludos y manifestaciones de alegría por lo vivido, se hizo de tal forma presente y real, que me sentí llena y rebosante de la gracia y del don del silencio, que Moratiel, nuestro querido Moratiel, nos había mostrado y que ahora sentíamos y vivíamos.

 

Sé que todas estas palabras escritas no tienen prácticamente cercanía a lo vivido en estos días en Herencia, como tampoco hallo las palabras para expresaros el gozo y la alegría que sentimos por todo lo compartido. Cada uno se llevó su parte, su momento, su vivencia y por propia libertad, se aloja en el silencio de cada corazón.

 

Gracias por el silencio que os habita.

 

M. Àngels

28 de agosto de 2007