EL HOMBRE LLEVA EN SI LA IMAGEN DE DIOS

 

Vivimos en un mundo que amenaza nuestra interioridad y transformación.

 

La oración conduce a la maduración o a la transformación interior. Ahí el hombre cumple su destino y su vocación, que es hacerse persona; dar paso al ser existente en él no sofocándolo.

 

El destino del hombre es testificar la existencia de Dios, como las flores, los animales lo hacen con su propio lenguaje: el hombre lo hace con sus medios a su modo, es decir, con conocimiento y libremente; las flores lo hacen inconscientemente. Pero el hombre tiene conciencia. Ahí están sus posibilidades y peligros, pues el hombre puede equivocarse consigo mismo.

 

El hombre se encuentra como un ser entre el cielo y la tierra viviendo en tensión. Así le seduce el mundo con sus posibilidades, y a la vez hay en él una existencia sobrenatural que escondida en su ser se manifiesta como anhelo y llama al hombre más allá de las barrera de este mundo al servicio de Dios.

 

El hombre necesita interesarse de todo esto, la lástima es que ansioso de ser dueño del mundo, dominado por la voluntad de triunfar, el ser interior queda relegado y estancado en la remota profundidad.

 

No es difícil que el hombre acuciado por la superficie olvide los impulsos de su interior y el destino de su vida. Este olvido de lo hondo provoca el padecimiento del hombre, es decir el hombre sufre por alejarse de la esencia interior. Esa angustia no la entiende mucha gente. Si se abre a lo interior verá que estaba equivocado, porque una conciencia interior le llamaba pero no la obedecía. Siempre que el hombre acalla esa voz interior sufre. Si la obedece encontrará la plenitud.

 

 

Fr. Moratiel