NAVIDAD FIESTA DE LA PALABRA

“ La Palabra se hizo carne”

 

El silencio es el fondo de la palabra, sin él la palabra se diluye, se confunde y como que no existe. Sólo se escucha bien la palabra que penetra, la que se hiende en el corazón a través del silencio.

 

El silencio toca la raíz de uno mismo y se siente uno sobrecogido por ese inesperado estremecimiento de la hondura, casi olvidada e inadvertida. El silencio crea la capacidad de resonancia profunda. Y allí la palabra nos puede herir, despertar las zonas más lejanas e intactas de nuestro corazón; y dispara la inercia, las energías dormidas que, sin darnos cuenta, llevamos escondidas.

Desde el silencio la palabra nos devuelve la vida, el amor, todo el cariño y toda la ternura y nos arranca las íntimas sorpresas, y nos trae el secreto oculto allá dentro.

 

A la distancia que crea el silencio, la palabra nos llega sazonada y sonora. Ahí, callando, se percibe el seno del cobertizo, el seno de la palabra, el seno que acoge la presencia de un niño. Lo demás es secundario, ni se ve tan siquiera, porque lo que nos trae el niño, lo que queremos escuchar es la Palabra, que es lo que nos retiene e interesa. No hay por qué fijarse en otras cosas.

 

La atención alerta no oye más que la palabra; como que los ojos, los oídos, la sensibilidad, se han despegado de todo lo demás. Avanza uno como hacia la palabra en el silencio a través de un callar y acallar. El silencio nos empuja, el silencio se bebe, se respira, se absorbe.

 

El don del silencio nos puebla de vida y nos hace campo sembrado de palabra fecunda.

 

El ruido nos pone delante de nosotros mismos, nos saca de quicio. Pero el silencio recobra nuestro sitio, nuestro ser real.  Como que vivir desde el silencio es vivir desde sí mismo, desde lo concreto y real, lejos de cualquier ilusión.

 

El ruido, nos deja extenuados en su ir y venir contradictorio; el ruido nos fractura y nos quiebra y nos tritura.

 

El silencio nos da la palabra que regenera y da vida.

 

Fr. Moratiel