HEMOS CREÍDO EN EL AMOR QUE

                                  DIOS NOS TIENE                       (1a Jn 4,16)

Hemos creído en el Silencio.

Creo que “Otro” me espera dentro, ha hecho de mí su morada.

Creo que soy más por lo que traigo al nacer que por lo que adquiero o logro en esta existencia.

Creo que el ocaso del “ego”, su eclipse, es promesa y anuncio de otra Luz y de otra Sabiduría.

Creo que la insatisfacción, la “sed de Dios, del Dios vivo” es la mejor “herencia que me ha tocado”.

Creo que el contacto con el “amor derramado” en mi corazón, me devuelve la conciencia de lo “único necesario”.

Hemos creído en el Silencio.

Creo que “el Señor es mi Pastor y nada me falta”: Él se hace cargo de mí y no carezco de nada.

Creo que hay oración silenciosa, encuentro, si el “ego” se acalla.

Creo que Dios no puede ser confinado, que no hay anchura dilatada que lo acoja.

Creo que nuestras palabras lo aprisionan, lo limitan.

Creo que sólo cabe en el humilde silencio, como el sol cabe en la gota del rocío a la hora del alba.

Creo que su Presencia me “abraza y no me suelta” y no hay modo de escapar ni “subiendo a los cielos ni bajando a lo profundo de la tierra”.

Creo que Él siempre es don, y no es deudor ni producto de mi ceremonia, ni de mi súplica, ni de mi esfuerzo.

Creo que la oración silenciosa es un cántico, un himno: “Él es mi todo” y “ningún bien tengo sin Él”.

Hemos creído en el Silencio.

Creo que no se vive por real decreto ni por imposición.

Creo que en el silencio, el “ego” se diluye, entra en coma profundo; sólo entonces “mi corazón se llena de alegría”.

Creo que la oración, el “silencio abismal” es práctica, es acción, es una larga y paciente espera, un camino que no tiene fin.

Creo que la oración silenciosa es tarea singular, expresión de libertad: me “levantaré y volveré a mi padre”.

Creo que en la oración “estoy sereno y tranquilo, como un niño en brazos de su madre”.