ANEXO 2

EL TREN DE LA VIDA

Lucía

(1)

Hay personas que pasan por el mundo y no se les echa tanto en falta cuando se van. No es este el caso. El Padre Claudio es de los que deja huella.

Pasa el tren de la vida sobre las vías de los días y se llenan de extraños los vagones por los que caminamos, sin apenas tiempo de mirar por las ventanas el paisaje que se desdibuja al otro lado del cristal. Demasiada velocidad para apreciar el contorno de las cosas, la magia de los instantes felices, el sabor de las pequeñas pasiones. Demasiadas estaciones para lograr la estabilidad y cierta serenidad, demasiados viajeros en constante tránsito a nuestro lado como para poder conocerlos un poco y saber a dónde van, de dónde vienen, qué necesitan, qué buscan, qué han encontrado.

Extraños en un tren de rumbo cambiante y destino desconocido. Atravesamos los más hermosos lugares de nuestras vidas sin apenas tiempo para detenernos y retenerlos, porque en seguida el silbato imperioso de las convenciones y los deberes nos obliga a subir de nuevo al vagón para ocupar un asiento más entre los desconocidos, a los que preferimos no prestar atención para no correr riesgos. Muchos de estos desconocidos no son gente forastera en nuestra piel, muchas veces comparten genes, también besos o abrazos, incluso intimidad o débiles secretos de confianza incierta. Quizás la solución para muchos males sea cambiar de tren, pasarse a uno más y no tener prisa en ninguna estación. Quizás así lográramos verdaderos amigos, verdaderos sueños, verdaderos viajes.

Quisiéramos hacer llegar al Padre Claudio todo lo que sentimos por él y no le dijimos, aunque él y nosotros lo supiéramos. Fuiste lo mejor para nosotros. Lo mejor que nos pudo pasar fue viajar en tu tren y conocerte, quererte, disfrutar y sufrir contigo. Nos hubiera gustado que el viaje fuera más largo, haber saboreado más todos esos momentos felices.

Nunca te olvidaremos.

(1) Esta fue la última fotografía que hicimos a PIN