Cuatro
años después del hallazgo de la imagen, en 1437, los frailes dominicos
se hicieron cargo del santuario. Ese mismo
año se iniciaron las obras del convento que acogería a la comunidad de
religiosos durante siete meses al año.
El convento, adosado a la iglesia,
tiene su puerta de entrada, de forma gótica, por el oriente. Las
dependencias conventuales se organizaron en torno a un pequeño patio del
que reciben luces las dos plantas del claustro conventual.
En el patio se
construyó un aljibe para recoger el agua de la lluvia que vertían los
tejados y que hoy es conocido como Pozo Verde debido al colorido que
adquiere el agua allí acumulada.
A
partir del claustro, y en doble planta, se levantaron todas las
dependencias conventuales: el comedor, la biblioteca, dormitorios, etc.
Por el lado izquierdo del claustro se accede al comedor conventual
construido en 1740, y por el derecho, a una de las naves de la iglesia.
En
las construcciones conventuales llama la atención el desmesurado espesor
de los muros, que llegan a alcanzar los tres metros. Sólo las personas
que han experimentado las condiciones climáticas que se dan en la cumbre,
durante los meses de invierno, pueden comprender cabalmente el porqué de
tales dimensiones.
El
convento de la Peña albergaba, durante los meses de mayo-noviembre, a una
numerosa comunidad de dominicos que en la época invernal se trasladaba al
convento de La Casa Baja, al sur del Maíllo.
Los cinco religiosos que fundaron el convento de la Peña procedían del
convento de Medina del Campo. La Peña fue convento autónomo desde su
fundación hasta 1835. En ese año, los religiosos, debido a la
desamortización de Mendizábal, se vieron obligados a abandonarlo. Cuando
los religiosos, en 1900, regresaron al Santuario, éste comenzó a
depender del convento de San Esteban de Salamanca.
|