SIMÓN VELA |
La Virgen se aparece en París a un joven estudiante francés, de vida virtuosa, llamado Simón Rolán, y le impulsa a la búsqueda de una imagen suya, escondida y perdida su memoria desde largos años atrás. "Simón, vela y no duermas -le habló la Virgen-. Partirás a la Peña de Francia, que se encuentra en tierras de occidente, y buscarás en ella una imagen semejante a mí; la encontrarás en una gruta, y allá se te dirá lo que has de hacer".
Simón Rolán parte de París y recorre Bretaña, extremo occidental de Francia, sin que nadie sepa darle razón del lugar por el que pregunta. Nadie tiene allí noticia de ninguna llamada Peña de Francia.
Desanimado, de vuelta ya en la capital francesa, la voz del cielo se le deja oír una vez más: "Simón, vela; no renuncies a tu santa peregrinación, que tus trabajos tendrán recompensa".
Cinco años gastó en búsquedas inútiles a través de la geografía gala, interrogando insistentemente por la Peña de Francia. Al cabo, se juntó a unos peregrinos que venían de Compostela, y con ellos se arrodilló ante el sepulcro del apóstol. De retorno, se desvía y demora en Salamanca. La Peña de Francia se recortaba claramente visible en el horizonte; pero ni entre los vecinos de la ciudad ni entre la turba de estudiantes encontró quién de ella le proporcionase noticias.
Hasta que un día, después de seis meses de permanencia en la ciudad del Tormes, en la plaza del Corrillo, en día de mercado, llega a sus oídos, entre la barahúnda, la voz de una mujer que desde algún sitio pregona su mercancía: carbón vegetal hecho al pie de la Peña de Francia. Intenta correr, atropellando cosas y personas, que le increpan y zarandean como a un loco, pero no encuentra a la mujer ni nadie le sabe dar razón precisa de ella ni de la Peña que mencionara. Pero esta vez el fracaso no le desanima, consciente ya de la proximidad de lo que busca. Efectivamente, otro día presencia en este mismo lugar la riña de carboneros. Uno de ellos amenaza al otro con matarlo y luego esconderse en las espesuras de la Peña de Francia para huir de la justicia. Las explicaciones que de aquel lugar les pidió el extranjero, no obtuvieron respuesta, más Simón Rolán no les pierde de vista; tras ellos marcha cuando emprenden el regreso, y así llega a San Martín del Castañar, a sólo dos leguas de la Peña.
Tres días buscó inútilmente, la Virgen le animó en tan duro trance: "Simón, vela y no duermas". A la tercera noche, en medio de una gran luz, se le apareció Nuestra Señora, comunicándole que en la roca misma donde se había refugiado se encontraba la imagen que buscaba. "Aquí cavarás, y lo que hallares has de sacarlo y ponerlo en lo más alto del risco, donde construirás una iglesia".
Así alentado, bajó al pueblo de San Martín en busca de ayuda. Cuatro vecinos animosos, esperando encontrar un tesoro, se ofrecieron a acompañarlo. Con no pequeñas dificultades consiguieron apartar la piedra tras la cual, en una pequeña gruta, se ocultaba la imagen de la Virgen.
La historia ha conservado el nombre de los cuatro animosos vecinos: Pascual Sánchez, Juan Hernández, Benito Sánchez el escribano que dio testimonio fehaciente y Antón Fernández. La Virgen quiso que este descubrimiento de su imagen fuese acompañado de prodigios, dispensando un favor a cada uno de ellos.
Era el miércoles 19 de mayo de 1434, reinaba en Castilla don Juan II y era pontífice Romano Eugenio IV.
Simón se consagró al cuidado de la imagen, construyendo en la cima una capilla con el donativo y la ayuda de los fieles. El pueblo le conocía por SIMÓN VELA -nombre con el que a partir de entonces se le recuerda-, apellidándole con la palabra con que la voz misteriosa tantas veces le imperara la búsqueda de la santa imagen: "Simón, vela". |