Hay algunos que dieron y siguen dando el callo, mientras la mayor parte de la población estamos coinfinados. Son los que mantuvieron y mantienen la sociedad encendida, los realmente imprescindibles. Sin embargo, no suelen tener reconocimiento social, ni salarios acordes con su importancia que esta pandemia ha evidenciado.
            Trabajadores de limpieza, de transporte, de supermercado, repartidores a domicilio, dependientes, perosnal sanitario, etc, estuvieron y están en primera línea jugándose la salud, como comprobamos cuando vamos a la compra o miramos distraídamente en nuestro diario paseo. En vista de esta situación, algunas cadenas distribuidoras han incentivado económicamente a sus trabajadores (reponedores, cajeras, etc.) y la prestigiosa revista The New Yorker dedicó una poética ilustración de su portada a los llamados riders, esos que nos traen a casa, en condiciones laborales muy precarias, los productos que solicitamos. Además, según un estudio del portal de empleo Jobatus, las personas con salarios más bajos tenían una probabilidad mayor de contagiarse.
            “Mientras [en Estados Unidos] los consejeros delegados, los banqueros, los administradores de hedge funds y los private equity partners se han retirado a sus segundas residencias”, escribía John Cassidy, columnista de la citada revista, los trabajadores de a pie “se han revelado indispensables. Sin su contribución no funcionaría una sociedad que generase las recompensas disfrutadas por las clases privilegiadas”. Cada tarde los ciudadanos aplaudimos desde los balcones al personal sanitario y demás miembros de esa clase "cuidadora". Pero ¿por qué no se reconoce siempre su labor? ¿Por qué ciertas labores esenciales son poco reconocidas tanto salarial como socialmente?
            “Son trabajos que están muy separados del gran relato liberal-mercantil de la meritocracia”, explica Luis Alonso, catedrático de Sociología. No necesitan alta cualificación, ni alta titulación, ni alta inversión en capital humano, tampoco tienen mucho glamour. “Cuanto mayor sea la adoración a la tecnología, el aplauso al sacrificio financiero y el culto al estatus cosmopolita, peor será la valoración social de los trabajos humildes del sector servicios. Cubrir necesidades es algo que tiene muy poco valor en el libro de cuentas del universo mercantil”, añade Alonso.
            La precariedad también tiene que ver con quién los realiza: “Son trabajos muy feminizados, relacionados con la alimentación -desde su producción a la distribución de alimentos-, con la limpieza y con los servicios personales o la salud. En otros casos, los realizan migrantes, como muchos trabajos del campo”, apunta Joaquín Nieto, director de la oficina de la OIT en España. Respecto a los trabajos sanitarios: alrededor de un 40% de esas profesiones (incluidas las especialidades médicas y de enfermería) sufren contratos temporales año tras año y sus condiciones de trabajo se han ido degradando tanto en su versión pública como privada.
            El reconocimiento emocional que brotó en estos tiempos de crisis -en proclamas de solidaridad y aprecio en medios de comunicación y redes sociales- no se ha materializado (salvo en escasas excepciones) en mayores derechos sociales o mejores salarios, pues eso iría en contra de la rentabilidad generada por este tipo de empleos. Esta desigualdad social y salarial ha ido en aumento en los 15 años entre 2002 y 2017, según el European Jobs Monitor 2019 realizado por la Comisión Europea: las ciudades presentan un porcentaje desproporcionadamente elevado de trabajos bien remunerados y altamente cualificados, al tiempo que un crecimiento del empleo mal pagado. Y no parece que la crisis económica derivada de la pandemia del coronavirus vaya a aliviar la polarización social.
            Conseguir que la sociedad aprecie más a la "clase cuidadora" que a los especuladores financieros, “puede ser un proceso largo y difícil, pero lo que podemos hacer ya mismo es aplicar impuestos confiscatorios a los especuladores para que, al menos, su salario no distorsione nuestra apreciación del valor social de su trabajo”, afirma el sociólogo César Rendueles.

 

 

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