Nos encontramos frente a una tragedia de tal magnitud que nos hace retroceder en el tiempo a la horrorosa experiencia de las persecuciones que por causa de la fe, culturas diversas y condiciones sociales y de género, han sufrido millones de personas, exterminadas por la fuerza de quienes creyendo ser los dueños de vidas y haciendas e invocando a Dios, tratan de imponer su particular interpretación, sin que las Instituciones Internacionales creadas para salvaguardar los derechos humanos hagan algo eficaz.
Lo que está sucediendo en la actualidad es la expresión clara de la preeminencia de las fuentes que mueven la economía mundial sobre el valor inalienable de la persona. Sea por motivos religiosos, políticos, sociales o por otra cualquier causa, los dirigentes mundiales de mayor influencia hacen caso omiso del clamor de los masacrados y la única razón es: la economía.
Es el nuevo dios al que se rinden todos y las fuentes energéticas se encuentran en poder de aquellas nuevas naciones islamistas, cuyos líderes conscientes de su poder y con una concepción insostenible del hecho religioso, implantan el terror y crece la sospecha en muchos de un plan de expansión de dicha visión religiosa.
Las condenas y medidas de presión de la ONU no surten efecto, porque en el fondo subyace el interés económico y la marginación de las personas y de las minorías. La Carta de los Derechos Humanos no tiene valor ninguno, ni dentro ni fuera de dicha Organización. Sencillamente se la desconoce.
Si a quienes tienen en sus manos el poder que ofrecen los recursos naturales se les conmina a un cambio de actitud, el cierre de las importaciones de dichos recursos es el arma mortal que utilizan y ante ella, claudican, cierran la boca y miran hacia otra parte.
¿Importan las personas? No cuentan, son los sin voz por los que pocos se preocupan. En cualquier región del planeta, las minorías son anuladas y sus derechos desconocidos. El fuerte aplasta al débil y el Derecho no sirve por la corrupción del mismo.
Los Estados con sus gobiernos deben tomar carta en el asunto, desde la poca dignidad que les queda, para frenar semejante barbarie. El regreso al pasado, sea del orden que sea, supone una degradación de la sociedad en perjuicio de los derechos de las personas a ser libres y a que se respete su dignidad.
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