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Los cuentos del abuelo Anacleto

La Taza del "Bonzo Blanco"

 

 

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Nuestra historia de hoy se desarrolló allá en tierras lejanas, en el país del Sol naciente llamado Japón.

En una de sus múltiples islas, al sur del país y no lejos de Nagasaki, vivía en su casita de madera un venerable anciano llamado Katsuhiro.

Katsuhiro fue en su mocedad un valiente samurai (guerrero de la clase inferior de la nobleza al servicio de los daimios, señores feudales).Katsuhiro ahora, era un anciano avanzado en años tanto como en sabiduría y bondad.

Su casita de madera estaba rodeada de un huerto que le suministraba abundantes verduras y en un rincón del mismo, un pequeño gallinero con una docena de ponedoras gallinas. Con la venta de los huevos, sacaba  algunos dineros para comprar arroz y, en días especiales, algunos pescados que los japoneses gustan comer crudos. Ah.y también alguna que otra botella de saki o sake, ese aguardiente de arroz tradicional entre japoneses y del que Katsuhiro tomaba algún sorbo especialmente en los días más fríos del invierno.

Pero Katsuhiro tenía algo más: un nietecito, huérfano a consecuencia de un terremoto tan frecuente en aquel país, y en el que habían muerto sus padres.

Nuestro japonesito, con carita de yema de huevo y unos preciosos y vivarachos ojos oblicuos, se llamaba Akira, que según dicen significa "hombre fuerte y valiente".

Akira, en efecto, parecía un hombrecito por lo juicioso, educado y bondadoso, lo que no impedía fuera también juguetón; una de sus diversiones era tirar suavemente de la coleta a su abuelo que simulaba enfadarse, para luego acabar los dos en un apretado abrazo.

La casa de Katsuhiro, pequeña y pobre, no tenía otros muebles que un viejo baúl donde se guardaba una ligera colchoneta que en la noche se extendía en el suelo y sobre ella dormían, abuelo y nieto, cubiertos con una gastada manta.

Ah sí.también tenía una pequeña rinconera sobre la que había un extraño bulto envuelto en un paño de seda, y que nunca se tocaba ni desenvolvía. Y debajo, sujeta a la pared, una espada reluciente de samurai.

Katsuhiro, era un anciano dulce de carácter, afable con sus vecinos, muy querido y admirado por ellos, pero un poco misterioso y taciturno. Apenas salía de su casa y de su huerto. Pasaba largas horas, jugando en casa con su nieto y enseñándole cosas que,- de común acuerdo,- no debían contarse a nadie. A ratos, mientras Akira jugaba solo, Katsuhiro con los ojos semicerrados y hablando solo y muy callandito, pasaba los nudos de una larga cuenda. Esa cuerda misteriosa tenía 15 decenas de nudos y, entre decena y decena, otro más grande. Akira miraba, no entendía y a veces preguntaba; pero su abuelo le había dicho que se lo explicaría cuando fuera mayor, y Akira lo aceptaba con naturalidad.

Pasaron los años. Katsuhiro envejecía a ojos vistas y Akira también crecía en estatura y gracia,- podemos decir que ante Dios,- y ciertamente ante los hombres. Ya era quinceañero, pero tan formal y sesudo que parecía mayor aún.

Siempre sonriente, afable y discreto ayudaba, mejor reemplazaba a su abuelo en el cultivo del huerto y otras pequeñas faenas.

Akira había preguntado algunas veces a su abuelo qué había en aquel envoltorio de la rinconera, pero el abuelo siempre le respondía: lo sabrás algún día cuando seas mayor y te cuente la historia de nuestra familia; mientras tanto, ¡ni lo toques!.

Y ese día llegó. Katsuhiro sentía especial cansancio y decaimiento y un buen día le dijo a su nieto:

Akira, prepara un te y te contaré el mayor secreto. Akira se apresuró a preparar el te, y sentados en el suelo al modo japonés, entre sorbo y sorbo, Katsuhiro empezó a contar y Akira a retener.

Mira, hijo, le dijo Katsuhiro: esto es el secreto más sagrado de nuestra familia que jamás contarás a nadie hasta que, -si Dios lo quiere,- vuelvan los "bonzos blancos"como te voy a explicar.

Yo era un joven, valiente y aguerrido samurai cuando llegaron a nuestra isla unos "bonzos blancos"de occidente. Vestían unas túnicas blancas como su piel y del cinturón de cuero negro con que la ceñían, pendía una cuerda con 15 decenas de gargantillas negras, separada cada decena por otra mayor. Lo llamaban rosario y es lo que recuerda esta cuerda con nudos que yo uso para rezar lo que ellos me enseñaron. Nos dijeron que existía un solo Dios creador de todo el universo, muy superior a nuestro emperador que es un simple hombre. Y para redimir a la humanidad y enseñar a los hombres el camino del bien, envió a su Hijo al mundo, haciéndose hombre en el seno de una doncella Virgen llamada María. Algunos le escucharon y siguieron su doctrina y ejemplo, pero otros hombres malos le crucificaron dándole muerte. Pero resucitó al tercer día y volvió al cielo con Dios Padre, desde donde sigue queriéndonos y ayudándonos a ser buenos y donde nos espera y recibirá cuando muramos.

Sus discípulos se multiplicaron y hoy son muchos millones, entre ellos, los "bonzos blancos" que vinieron a enseñárnoslo a nosotros. Pero a nuestro emperador y gobernantes no les gustó y los apresaron y mataron. Yo me había hecho discípulo suyo, pero conseguí esconderme y cambié de lugar viniendo a vivir aquí donde estamos, porque en Nagasaki querían matarnos a todos.

Aquí nacieron tus padres y yo les enseñé esa admirable doctrina y los bauticé, como los "bonzos blancos" me habían bautizado a mi. Y cuando agonizaban a consecuencia de aquel terrible terremoto, me hicieron prometer que también te bautizaría a ti, como así lo hice, y que te enseñaría esa doctrina salvadora. Es lo que siempre te he enseñado aunque silenciando lo que ahora te digo.

Aquellos "bonzos blancos" nos dijeron antes de morir que pasado un tiempo vendrían otros a continuar su labor. Y me entregaron ese sagrado envoltorio que ves. (y levantándose lo tomó, lo desenvolvió y apareció un pequeño cáliz dorado).

Mira, con pan y vino que esos "bonzos blancos" ponen en esta TAZA o copa se celebra un misterio que se llama Eucaristía, y que por las palabras sagradas que pronuncian sobre ello, se convierte en el Cuerpo y la Sangre de nuestro salvador.

Yo soy muy anciano y tengo cerca la muerte, pero tu quizás conozcas otros "bonzos blancos" que lleguen de occidente. Pregúntales: si son devotos de María la Virgen Madre, son verdaderos discípulos de Cristo. Les entregas esta copa sagrada y les pides que te enseñen lo que yo no he podido o no he sabido explicarte. Y diles que yo te bauticé cuando eras muy niño, y que eres descendiente de cristianos.

Guarda mientras tanto este secreto y esta copa sagrada y mantente fiel a todo lo bueno que te enseñé.

Y cuenta la historia que Katsuhiro murió con gran paz al poco tiempo. Y que al cabo de unos cuantos años aparecieron nuevos "bonzos blancos" que respondían a las características  con que Katsuhiro los había descrito, por lo que Akira les entregó aquella sagrada copa y les pidió le instruyeran en la doctrina del Evangelio con mayor profundidad, orgulloso de ser descendiente de una heroica familia cristiana.

Fr. José Polvorosa, O.P.

Adiós, peques, hasta la próxima...

 

 

 

 

 

 

Domingo, tú que
solicitabas
la limosna
de rodillas,
enséñanos
a ser caritativos.