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Los cuentos del abuelo AnacletoLa vieja vasija de Ching-Chong“Honra a tu padre con todo tu corazón, Tu Señor ha ordenado que seáis benévolos con vuestros padres. Si uno de ellos o ambos llegan a la vejez, no seáis insolentes con ellos y ni siquiera les digáis: ¡Uf! Y háblales con dulzura y respeto. Trátales con humildad y clemencia, y ruega: ¡Oh, Señor mío! Ten misericordia de ellos como ellos la tuvieron conmigo cuando me educaron siendo pequeño." (Corán, 17:23-24)
Hola amigos! Ya sabéis que antiguamente hablaban los animales y lo hacían incluso con más educación que muchos humanos que cuando hablan eructan animalidades. Incluso dicen, que hablaban hasta los seres inanimados, cosa que aún hoy hacen con lenguaje mudo, pero muy expresivo. Y así por ejemplo, cuando la creación entera, - desde una hierbecilla hasta la Vía Láctea-, nos habla claramente y a gritos de la sabiduría y grandeza del Creador. Pero vayamos a la historia de la vieja vasija de Ching Chong.
Nació en una pobre choza, en una árida explanada de las que deja en sus enormes crecidas el río Amarillo; nació en una de las 23 extensas provincias, -llamada Henan- de ese inmenso país (el 3º mayor del mundo), con sus 9.600.000 Kms2 que es China. Muertos sus ancianos padres, a los que cuidó con el respeto y amor que allí se estila, recogió sus escasas pertenencias y emigró en busca de tierras mejores. Y río abajo, vino a parar a un altozano en una de sus orillas, surgido de esas asoladoras crecidas que arrastran cada año millones de toneladas de lodos y que dan al río esa tonalidad color adobe de donde le viene el nombre de Amarillo.
¿Quién no ha visto alguna vez fotografías de esas típicas aguaderas chinas, en forma de balanza que apoyan el eje de la misma en la cerviz del chinito, y en sus dos platillos descansan sendas vasijas en las que transportan el agua? Pues bien, un buen día, una de esas vasijas, ya vieja y rajada habló a Ching Chong (porque antiguamente hablaban también los animales y las cosas) y le dijo con tono humilde:
Ching Chong quedó boquiabierto por la sorpresa. Y acariciándola con cariño le dio razón y explicación de sus sentimientos. - “¿Cómo se te ocurre, - le dijo, - tamaño disparate? ¿No comprendes mi amor hacia ti que tantos años serviste tan útilmente a mis padres? ¿Es que no ves el valor que aún tienes y lo útil que me eres? Fíjate: siempre te llevo en el platillo derecho de mis aguaderas, por lo que siempre vas perdiendo el agua por el lateral derecho del sendero por el que subo. Y, ¿no te has dado cuenta de las coles lozanas, los ricos nabos, las flores y las rosas que alegran la subida? Pues es gracias al agua que vas perdiendo y que los riega y da vida, por lo que tu utilidad y buen servicio son mayores de lo que imaginas.
Y según dice la historia, la vieja vasija quedó sosegada y feliz con las sensatas palabras de Ching Chong y siguió prestándole muy útil servicio hasta que un día, por desgaste natural, se descompuso y volvió al barro del que había sido hecha.
Al recordar la sabia actitud de Ching Chong, yo ahora me pregunto: ¿No estamos muy lejos de la multisecular sabiduría china, cuando “aparcamos” a nuestros ancianos en barrancos de soledad y abandono, aunque los llamemos eufemísticamente “residencias”? No sé por qué se me antoja relacionar la etimología de RESIDencia con RESIDuos. ¡Qué inhumanidad la nuestra! Hasta la próxima peques. Fr. José Polvorosa, OP
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