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Los cuentos del abuelo AnacletoEl diablo penitente
Los
gallegos suelen decir que no creen en las meigas pero, que "haberlas, haylas". Pasa
también con los diablos: muchos
no creen en ellos, pero" haberlos
haylos". Así me lo aseguró un mariñeiro, porque lo había visto un paisano suyo, como lo acredita la siguiente historia. Resulta que en una hermosa aldea de la costa galaica, cada marinero salía de madrugada a ver el estado del mar; si era malo, avisaba a sus vecinos para que no salieran a faenar por el peligro que ello entrañaba. Algunos, en las largas madrugadas oscuras del invierno y en esta función de vigías pasaban cierto miedo a las meigas; porque aunque no creía en ellas, "haberlas haylas". Además, los bramidos del mar y las repentinas ráfagas del viento que silbaba entre las rocas, no contribuían precisamente a tranquilizarlos. Pero sí así eran algunos, otros - la mayoría,- ya estaban más que familiarizados con oleajes y vientos y de meigas, ni caso, porque , no creían en ellas.- Más
todavía: un mocetón, - aunque todos
le llamaban aún Manoliño,-
y que era especialmente
fanfarrón, dijo una vez en la taberna que él no tenía miedo ni al mismísimo ¡"Pero haberlo haylo"!, comentó la tabernera, que sintió un escalofrío ante la posibilidad de que se apareciera. ¡Esos son "cuentos de viejas!, dijo el Manoliño soltando una desafiante carcajada; eso lo inventaron para asustar a mujeres y niños. A ése quisiera verle yo cara a cara! No es que el Manoliño fuera un descreído, pues hasta iba a misa todos los domingos. Y hasta llevaba siempre en el bolsillo, como si fuera un talismán, un rosario que le había regalado antes de morir su querida abueliña, que había sido siempre gran devota "da Virgen dos toxos", imagen muy venerada en los contornos, y cuya ermita está ubicada en lo alto del monte que mira al mar. Incluso acudían muchos peregrinos de los pueblos de la costa: ellas, las mujeres, -esposas y madres, - para pedirle socorro para sus maridos e hijos en días de grandes tormentas cuando estas los sorprendían pescando en alta mar; ellos, los marineros, para agradecer a la Señora haber salido con vida del peligro de naufragios. Y todos, contaban muy milagrosa "a Virgen dos toxos". Fue así como un día de madrugada, - en una mañana especialmente oscura y de "orbayu" que dicen en Asturias ("calabobos" en otras zonas), - Manoliño salió hacia el acantilado para otear el estado del mar que, aunque imposible de ver por la densa oscuridad, se le percibía muy agitado por el bramido de las olas. Se dio media vuelta para regresar a casa y, con cierto sobresalto, percibió junto a sí a una "persona" que le saludó muy correcta: "Mal día, mariñeiro, para salir a faenar! Manoliño, sacando fuerzas de flaqueza..: "Malo, sí", - dijo maquinalmente, pero con un repentino y secreto deseo de encontrarse cuanto antes seguro y en casa . "Mire,
amigo, - le dijo el hombre
misterioso aquel: mire, soy
penitente y vengo en peregrinación
a la ermita "da Virgen dos toixos",
pero soy forastero y no conozco bien
el camino: ¿no querría acompañarme hasta allí?". "Perdone, - dijo
Manoliño no sabiendo encontrar otro pretexto para librarse de aquella
sospechosa y un poco extraña persona : tengo
que avisar a mis compañeros del mal estado del mar para que no salgan a
faenar" "No es necesario que les avise; el bramido de las
olas, en aumento, ya les advertirá del peligro; Ud. guíeme hasta "os toixos", por
favor, insistió el desconocido. Manoliño podría tener cualquier defecto; incluso hasta podría llegar a tener miedo; pero lo que nunca podría hacer, era negar su ayuda a quien se la pidiera, porque era noble, hospitalario y generoso. Y menos, negársela a un peregrino de "Nosa Señora dos toxos", la Virgen protectora "dos mariñeiros da terriña", cuya devoción le había metido en la entraña "a sua nai" que tantas veces se sintió escuchada cuando le pidió socorro "pra o pai" faenando en alta mar en días de temerosas tormentas. Así que. "bueno, levo a là", le dijo al forastero. Y rodeando el perímetro de la aldea, tiró hacia el monte por un atajo entre setos de boj. ¡Curioso!.le
llamó la atención que el "peregrino" se metiera entre la maleza del monte, justo al pasar por delante de un "cruceiro"
de piedra labrada, muy hermoso, que había
en las cercanía de la ermita . Y cuando el ¡Sigue,
sigue!, le dijo ya imperioso el "peregrino"; ¿o es que tienes miedo, fanfarrón? Manoliño,
en parte por amor propio y más en parte ya por terror, no tuvo coraje para
resistir al mandato. Y cada vez más muerto de miedo, reemprendió la marcha
hacia la ermita por el serpenteante
sendero, cada vez más
resbaladizo. ¿por
el "calabobos" que caía. o por el miedo que atenazaba sus
pies...? Pensemos lo mej Por fin llegaron a la cima del monte donde estaba la ermita sobre cuya puerta, en una hornacina, se veía una imagen en piedra de Ntra. Señora, reproducción exacta de la imagen del altar. Y
allí, ante sus ojos, quedó también Manoliño de piedra, cuando volviendo su
mirada al "peregrino" que le seguía, vio un rostro horrible, con ojos
rojos como carbúnculos y unos
agudos cuernos que
¡ "Virgen Santa dos toixos, ampárame"! El
monstruoso "peregrino" dio un salto atrás y le gritó: "Te
libras por el manto protector que
Esa te ha echado encima en memoria de tantos rosarios que
devotamente le rezó tu abuela.
Pero ten cuidado no me desafíes más Y dicho esto desapareció. Curiosamente, al instante se hizo plena luz matinal. Y dice la historia que Manoliño, tras dar rendidas gracias a la Señora "dos toixos", perdió los humos de su fanfarronería y en adelante nunca más jugó "con las cosas de comer" que dice la gente, es decir, con desafíos al diablo en el que tantos no creen. ¡Pero "haberlos, haylos" !!! Fr. José Polvorosa, O.P. Adiós, peques, hasta la próxima... ![]() |
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