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Los cuentos del abuelo AnacletoEvandro, antes Acracio
Era
allá en la antigua Hélade, país al que hoy llamamos Grecia. Allí,
como en otras civilizaciones antiguas, a los niños se les ponían nombres
simbólicos, que auguraban bienes o afirmaban cualidades .Y así, v.gr .les
llamaban Macario, que significa dichoso; o Atanasio ( = inmortal),o Ireneo (=
pacífico); o Dorotea (=don de Dios);o Eugenia (= bien nacida),etc. Sucedía
lo mismo entre otros, con los hebreos, v. gr..Isaías ,con significado de
"Yahvé salva"; o Jacob (= Dios protege);o Susana (= Lirio),etc. Hoy,
abundan todavía nombres cristianos, tomados del santoral (apóstoles, mártires,
etc.);pero está entrando la moda de nombres extraños de "artistos" y
artistas cinematográficos y con frecuencia poco ejemplares. Cuenta,
pues, la historia que, en la vieja Hélade había una acomodada familia que
tuvo un hijo, tan impulsivo desde su nacimiento, que dieron en llamarle en
bromas Acracio: Y con Acracio se quedó. Acracio, entre otras cosas, significa
"violento" y carente de respeto a la autoridad. En
efecto, Acracio bebé era una furia: berreaba como un descosido por un quítame
allá esas pajas. Se destapaba violentamente, daba manotazos a la comida, se
revolvía en la cuna como un energúmeno, por lo que había que vigilarle
noche y día para que no se cayera.¡Un desastre de niño, vaya! Ya
crecidito, era el terror de los perros y gatos de la casa: Claro
que a pesar de ello, los papás le querían mucho, como quieren a los hijos
todos los buenos padres y le aguantaban lo indecible y hasta se lo reían como
"gracias" del niño. Y
como hijo único que era, a medida que fue creciendo siguieron consintiéndole
todo, con lo que el mocosuelo cada vez se hizo más montaraz e insoportable. Y
por fuerza de la costumbre y porque le iba como anillo al dedo, siguieron llamándole
Acracio, como otros padres siguen llamando Bomby (diminutivo de bombón) con
que empezaron a llamar a su niño cuando nació y siguen llamándoselo en
familia incluso cuando es mayor. Y
con Acracio acabó conociéndosele en el barrio, apelativo muy adecuado a sus
desmanes.
Y
para sus condiscípulos, el terror. Agresivo, insultón, peleón.Cada día
llegaban a casa, quejas de su mal comportamiento; de los maestros, porque no
conseguían orden en clase por su culpa. Y
de los padres de sus compañeros, porque con harta frecuencia volvían sus
hijos con la nariz sangrando, el ojo hinchado de un puñetazo o acobardados
por los insultos y amenazas del bravucón Acracio. Fue
así como un día su padre, ya harto, le plantó cara y le dijo:
Eres
la vergüenza de la familia y esto se acabó. De ahora en adelante, cada vez
que te propases con maestros o compañeros, plantarás una estaca en el cerco
del jardín; hoy mismo traeré un ciento de ellas de casa del carpintero. Y
dicho y hecho, sobre el césped del jardín aquel mismo día aparecieron cien
pesadas estacas. No
hubo que esperar mucho: al día siguiente llegaron más quejas y así un día
tras otro.
Y
Acracio, haciendo hoyos con un pesado azadón y clavando estacas en el suelo
bien clavadas, haciendo una especie de valla en el amplio jardín. Sus manos
pronto se llenaron de ampollas y callos, pero el padre fue implacable: O te
corriges, o plantas estacas hasta que se te gasten las manos, le dijo. Acracio
comenzó a reflexionar y comprendió que era menos penoso dejar de insultar,
pelearse o ejercer de impertinente durante las clases, que aquella tortura
insufrible de ampollas y callos. Y
empezó a corregirse con la misma energía que antes había usado en pelearse,
por lo que al cabo de algunas semanas ya no llegaron más quejas a sus padres
y Acracio pudo decir: ¡Papá, ya no tengo que plantar más estacas! Su
padre le dio la enhorabuena. Pero conocedor de la fragilidad humana, para que
lo pensará todavía más, el padre le dijo: Te felicito, pero como desdicen
las estacas que has plantado con la belleza del jardín, ahora vas a sacar una
cada día.
Acracio,
ya domesticado, no protestó antes bien obedeció, con lo que se reafirmó en
su buen comportamiento. Más
aún: mientras las arrancaba, cantaba, porque se sentía feliz. Su
padre quiso darle una última lección. Le llevó al jardín y le dijo: "¡Mira
cuántos agujeros quedan afeando el jardín! Cuando
insultas y zahieres a alguien, aunque luego pidas excusas, le quedarán las
cicatrices de la herida que le hiciste, como quedan los hoyos de las estacas
que plantaste. Tu
mismo has comprobado que es más fácil dominarte que plantar estacas y además
has ganado muchos amigos. En
adelante, si ofendes a alguien sin querer, pídele perdón mirándole a los
ojos, para que vea tu sinceridad en tu mirada. No
ofendas ni juzgues mal a nadie. Y
si dices a alguien "te quiero", díselo en serio y que no sea ficción. Y
da siempre a todos en afecto y en servicios mucho más de lo que esperan de ti
y serás amado por todos" . Y
dice la historia que Acracio aprendió tan bien la lección, ¡Hasta la próxima, peques! fr. José Polvorosa, OP. ![]() |
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