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Los cuentos del abuelo AnacletoLa Flauta Mágica
Érase
una vez. Así
empiezan todas las bonitas historias antiguas. Y ¿por qué será que ya se
cuentan pocas? Haciendo memoria de oídas o leídas, ahí va una para mis amigos los peques, a quienes sus papás se la leerán y explicarán las palabras que no entiendan. Pues érase una vez un campesino buen hombre, algo blando de carácter y escaso de
bienes, que tenía dos hijos. El mayor, más bien presumido y envidioso; el
segundo, medio tonto de apariencia, sencillamente humilde y limpio, y con una
sombra de pena en el alma, porque su hermano mayor le echaba en cara con
frecuencia que, por haber nacido él había muerto la madre en el parto. Rodrigo,
que así dicen se llamaba el mayor, gustaba llevar al mercado los frutos de su
huerta; allí presumía de su buena figura y hasta sisaba al padre del
producto de las ventas para fanfarronear ante los amigos en los días de
fiesta. Por ello, siempre eran escasos los dineros que entraban en casa. Envidioso
del afecto que el padre volcaba en el menor, más desvalido, se ensañaba con
él y le zahería con mil vejaciones, insistiendo al padre, hasta convencerle,
que le pusiera a servir de zagal en el cortijo vecino. Y al fin, como zagal
acabó el buen Juanillo que así se llamaba el menor. Juanillo,
pastoreando el rebaño, quedaba
muchas veces mirando al cielo donde le habían dicho que estaría su madre y,
sin saber cómo, hablaba con ella contándole sus penas e ilusiones. Así
estaba embobado un día, cuando apareció por un sendero de monte una respetable señora que al acercarse le saludó: "Hola
zagalillo... pareces pensativo. ¿en qué pensabas? Pues
mire, señora, me llaman Juanillo y pensaba en mi madre que murió al nacer
yo; porque aunque no la conocí, me acuerdo mucho de ella. Y a Juanillo se le
empañaron los ojos a punto de lágrimas. La
señora le acarició con ternura y dijo:"No
estés triste; ella te quiere, te mira y te protege desde el cielo. ¿Qué te
gustaría tener para distraerte? Pues
mire, señora, una flauta o caramillo para poderla tocar durante el día, pues
me gusta mucho la música. "Hombre,
qué casualidad, dijo la desconocida: precisamente traigo aquí una que había comprado para mi hijo; te la
regalo". Y
el zagalillo, llevado de un misterioso impulso se le echó al cuello y se
permitió darle un beso lleno de gratitud y amor. La
señora correspondió con otro no menos cariñoso y siguió camino. Juanillo
que parecía tonto aunque no lo era, tenía excelente oído y buen instinto
musical y tras unos momentos de ensayo, consiguió
sacar de su flauta melodías folklóricas de la tierra y hasta algunas
canciones religiosas que cantaban en la iglesia de su pueblo: unas a Cristo y
otras a su Madre María. De
pronto, quedó pasmado al darse cuenta de que, cuando tocaba la flauta, Fue
tal su alegría y afición, que
los días siguientes pasaba el
tiempo tocando y las ovejas bailando, y a ojos vistas, las ovejas
engordando. Hasta que un buen día le sorprendió el mayoral y su esposa,
advertidos por otro zagal envidioso que había visto la escena.
Cuando
al fin cesó la música, las ovejas se echaron a descansar y el matrimonio echó
a correr, pues según ella, aquel zagal o era brujo o tenía el demonio en el
cuerpo. Conclusión,
el zagal fue despedido y regresó triste a casa dando pretexto a su hermano
para nuevas vejaciones. "porque es
tonto e inútil hasta para cuidar ovejas", decía. Rodrigo,
al día siguiente, llenó de fruta y verdura una carreta y salió para el
mercado del poblado próximo, pensando en ganancias y, más aún en agudezas
para ganarse la admiración de las compradoras. Cercano al pueblo se cruzó en
el camino con una respetable señora de edad que le saludó:"Hola
joven.veo que vas al mercado.. ¿qué venderás hoy? Como
propio de presumidos es ser impertinentes, contestó
con desfachatez: ¡ "Ratas"! A
lo que la señora respondió:"¡Pues
ratas venderás"!
Volvió
a casa sin mercancía, sin dinero y con los huesos molidos. Y furioso, furia
que descargó en su hermano el"inútil,
que comía la sopa boba". El
padre sufría y buscaba soluciones que no hallaba, sobre todo, pensando en el
Juanillo al que no sabía qué destino dar para aquietar a Rodrigo. El
Juanillo en cambio, con la osadía que da la inocencia, se ofreció al día
siguiente para ir al mercado con
más frutas y verduras, a lo que el padre accedió a pesar de las protestas y
menosprecios de Rodrigo. Y
dicho y hecho, con unos talegos de verduras y un cesto de uvas, hacia el
mercado salió llevando su amiga la flauta a la que fue arrancando sones por
el camino. Ya
cerca del poblado, se cruzó con la señora conocida a la que saludó gentilmente. "¡Hola,
Juanillo, - le dijo ella - veo que vas al
mercado... ¿qué venderás? Pues
mire, señora: verduras y uvas, -dijo el Juanillo; uvas muy buenas... ¿No quiere
unos racimos? Y
dicho y hecho, le ofreció unos magníficos racimos que la señora aceptó y
agradeció: "Muchas uvas venderás,
hijo", le dijo. Y siguió cada uno su camino. Y
así fue: el Juanillo vendió todas las verduras y las uvas.¡uy, qué misterio! Cuantas
más uvas vendía, más lleno estaba el cesto. Y eran tan hermosas que se las
quitaban de las manos, y cuando al fin cayó la tarde y por fin las uvas se
acabaron, el Juanillo estaba rendido de tanto vender y regresó a casa con un
talego lleno de dinero. A pesar del cansancio, hizo sonar a la flauta con
todas sus fuerzas y la flauta echaba sones con una precisión y belleza que
dejaba embobados a cuantos se cruzaban en el camino.
En
lo que la historia no está de acuerdo es en afirmar quién era la misteriosa
señora: según unos, era su madre que los miraba y protegía desde el cielo
hasta conseguir su reconciliación y prosperidad. Según otros, era la Virgen
María. ¿Vosotros peques, quién creéis que era? Fr. José Polvorosa, O.P. Adiós, peques, hasta la próxima... ![]() |
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