No
quiero, mis amigos, que pase este tiempo como un paréntesis, sin
comunicación. Ojala que sea un encuentro de corazón a corazón, de
alma a alma. ¡Cuántas veces me comunico con vosotros desde dentro,
desde el corazón!
La vida
no es una lucha, un trabajo, una fatiga, un cansancio. He sido un
afortunado. Tiembla y se estremece mi corazón al confesarlo, pero
ocultaría la verdad, la luz derramada sobre mí, si la callara.
Afortunado, he recorrido el sendero que he amado, el quehacer que me ha
seducido, pues me he dejado seducir por el silencio. Es verdad que esto
no ha anulado roturas y quebraduras de mi condición terrestre. Todo
eso, ha sido abrazado por el silencio. No puedo ocultaros que mi vida ha
sido como unas perennes vacaciones. Sólo cansa lo que se hace por
profesión, por ganancia, no por vocación. Hoy quirófano me
suena de otra manera. No es un sonido extraño. Antes me sonaba a sombrío,
oscuro, como un taladro que va horadando la tierra que somos, buscando
la fuente de la vida. En estos momentos me suena de manera diferente;
casi, casi como a mar, a montaña, a chopera. Lo veo como jardín, como
un campo de amapolas, de campanillas, de mariposas.
Tan sólo
el ahora es el centro de todo mi ser, de toda mi mirada. El silencio no
tiene pasado, no tiene futuro; sólo es el ahora. Esto es lo que
conozco, amo y me reconforta. Nada da tanto miedo como lo desconocido. Y
lo único que conozco y amo es este ahora; y me da no miedo, sino paz. Sí,
es el silencio el que hace que llevemos confiadamente pesadumbres,
dudas, negruras, todo atravesado por la luz de una primavera que hace
florecer de paraíso la vejez, el cansancio, la fatiga, el dolor más
doloroso.
Mi alma
es el silencio. Silencio de pan, de trigo. Mi alma es una con el pan
cotidiano. El silencio lo penetra todo: el día y la noche, el trabajo,
el descanso. El silencio da sabor a todo: a cada palabra, a cada hogaza,
a cada dolor, a cada amanecer de alegría. Todo se vuelve uno en el
silencio, como que todo se diviniza. La vida está en todo, aunque
invisible, inefable, indecible. Siempre el silencio me lleva a lo más
íntimo de mi mismo. ¿Quién me lleva de un lado para otro? Un viento
suave. El velero no se mueve sin el viento. Somos veleros trasladados
por un misterioso viento que no se nota.
Así me
siento, así voy, andando paso a paso hacia el quirófano. Así
me uno a vosotros. El alma se aclara en el silencio como el alba en el
amanecer. Cada hora que llega es plenitud de lo divino que se vierte en
el alma. El ahora me llama a reposar en un sosiego como la desembocadura
serena de mi vida.
“Señor dueño nuestro”. Sí,
un amor se desvela en el silencio, un único amo, dueño, el Señor, por
verbalizarlo de alguna manera, por más que sea siempre frágil. Como si
oyera un cierto murmullo que me dice: “Sí, eres mío, sí, me
perteneces; no me hables de ti”. No, no hace falta que le hables de
mi, ni de ti. El se hace cargo de ti y de mí. Vamos a dejarle obrar en
el silencio, en sus maravillosas manos de amor, de ternura inefable,
aroma divino. Nada enlutece, ni nubla la luz y la calma de
mi corazón.
Viajero soy, viajeros somos, es la hora
de estar bien atentos.
Viajero soy, viajeros somos, es la hora
de ver que todo pasa, que todo fluye.
Viajero soy, viajeros somos, voy de
posada en posada, de pueblo en pueblo, de ciudad en ciudad.
Y no me despido de la esperanza de posar
mi mirada en vuestra mirada, mi silencio en vuestro silencio, mi amor en
vuestro amor.
Viajeros, queda la eternidad, queda el árbol,
la primavera, el viento, queda el silencio; se eterniza el amor.
De
Él no sé nada. Lo desconozco. Me desconozco. Y en el silencio he
escuchado palabras que no he sabido expresar. Nada, nadie puede arrancar
al silencio su misterio. Pero mi corazón lo añora y se transforma en
un festival cuando se da cuenta de la llenura de su presencia. Y no
deseo, no busco otra cosa, sentado, asentado, todo sedimentado,
aquietado, codo a codo con vosotros, acurrucado y mecidos por el feliz
silencio. |