Es el
anhelo del alma de este salmo: posarse en el silencio, morar en el
silencio, vivir en el silencio. Para ser libre como el pájaro que
canta, vive y mora en el aire.
¿Qué
canta el silencio, qué melodía, qué sinfonía la del silencio?
Silencio que
es canto en la vida, en el bregar cotidiano, en la vulgaridad, en lo
prosaico de nuestra existencia.
Almas
pobladas del silencio, más allá de la monotonía, del bochorno, de la
asfixia de la rutina.
El silencio
va arando el alma rugosa y endurecida y la reblandece y vuelve porosa.
Es la hora de la arada del alma, cuando la tierra se abre y sale de ella
el fuego, el calor, la savia, la vida escondida en su hondura.
La ley del
silencio es la armonía que nace de los adentros ocultos. Un silencio
que nos gana, nos reclama y enamora. ¡Cómo será el silencio donde la
presencia es canción y armonía y paz!.
El tomillo,
el romero, la jara nos toca, nos alcanzan
más por su aroma que por su tamaño y su forma. El silencio no
se nota, no llama la atención. Pero ¿adónde no llega su canto, adónde
no alcanza su fragancia?. Siempre el perfume nos guía a la flor;
siempre el silencio nos guía a nuestro corazón.
El silencio
no viene de nadie, viene de la tierra. Viene de ti, de la tierra que
eres. El canto del silencio es haber logrado ser puro silencio, puro
ser. Ser nada.
En el
silencio no necesitas morir para irte, para huir, para marchar. El
silencio te lleva, te transporta, te transfigura. Transcendiendo lo
visible, pasas a lo invisible, transcendiendo los ruidos, pasas al
silencio. Entras en el misterio, en el absoluto silencio, en la entera
nada, en el vacío que es también plenitud de presencia. Es el desierto
que es fertilidad, paraíso.
Cuando se
consume lo terrestre, viene a nosotros lo celeste; cuando se consume la
palabra, viene a nosotros el silencio, la presencia.
En el
silencio el alma no pretende conocer, adquirir, lograr. Tan sólo
quiere, anhela ser. Ser en soledad, ser en silencio, ser en el desierto,
ser en lo divino. Ser uno.
En el
silencio el alma busca lo que le falta, se siente lejos de lo que le
rodea y busca eso que echa de menos, de lo que siente nostalgia. Se echa
de menos a sí mismo.
Nada puede
saborear, nada necesita saborear. Sólo saborear su Amor. Como si nada
le sabe a algo, como si todo le supiera a nada. Sólo sed de silencio,
sed de desierto, sed de Dios.
“Huyendo,
me alejé y me quedé en silencio”. Silencio que no es desgana de
la vida. Silencio que es sed de vivir. Hambre de Otro, de presencia
invisible.
Todo. Todo se
extingue en el silencio. Pero nada de eso, nada exterior es lo anhelado,
lo amado, ni lo añorado.
Se deja, se quema todo para abrirse paso a lo divino.
Lo que no
puede ser dicho se queda, se alberga y se abraza en el silencio. Un
silencio que es lenguaje de lo inefable. Y a la vez silencio que reposa
en lo indecible.
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