María en Navidad es silencio. Todos hablan. Y ella
es pura contemplación.
Hablan los ángeles, y María permanece en silencio.
Hablan los pastores y María calla, adora, acoge. Hablan los reyes, y
toda la ciudad, y María sigue sumergida en su recogimiento. Habla Simeón
y Ana la profetisa. Y María, inundada de asombro, abraza al niño en su
ser silencio.
Cuando se dice Dios en el cuerpo, en la mirada, en
el gesto, no hay que pronunciarlo.
Pero si se pronuncia, y no se detalla, ni se insinúa
en los ademanes, es una profanación.
Navidad es íntima. Navidad es silencio. Casi
demasiado íntima, demasiado corazón. Siempre hay en la Navidad una
reserva de fuego para amar lo imposible: lo áspero, lo sombrío, lo
tosco, lo rutinario. Navidad es el pretexto para la exaltación de los
sentimientos más puros, más hondos y más verdaderos.
Dios se asoma a la vida de esta tierra y la tierra
se asoma al mundo divino, más frágil de lo que esperábamos. Así Navidad
es Dios mismo, sin apariencia, sin teatralidad. Ahí El nos traspasa la
paz y la confianza. Es el camino, como el puro silencio, para de menos
ascender a más, de nada llegar a todo.
El peligro de la Navidad, por ser una fiesta
superlativa, es que nos convirtamos en turistas, en lugar de quedarnos
ahí a celebrarla y amarla. No se puede ver de lejos, como a distancia,
sin pararse. Uno se ha de estacionar y dejar que el alma se remanse y
silencie en su presencia.
Si, Navidad es admirable. Se impone su candor, la
luz, la inocencia. Y nada ha sembrado en los humanos tanta añoranza de
lo divino, como la presencia de un niño. No hay nada postizo, ni disfraz
en la Navidad.
El amor de María pasó a ser silencio. En el amor
nunca hay razones, utilidades, fines, programas. En el amor hay como un
poder ilógico, irracional. Dios se da, se entrega sin que intervengan
las razones, sin que influyan sistemas industriales y utilidades. Como
que a Dios le atrae y enamora la sin razón.
Navidad huele a exceso de amor, a exceso de sin
razón. No es Navidad un excursión rápida.
Navidad no es razón. Es silencio, es corazón. La
razón es posesión, economía, negocio, comercio, especulación. El amor es
derroche, despilfarro, lujo sin ostentación, sin exhibición, sin
lucimiento ficticio, y a la vez sin pudor. Porque a un niño no se le
puede amar a escondidas, ocultamente, sino bien a las claras y sin
ningún pudor.
Fr. Moratiel
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