El interrogante viene de la duda, de la
confusión, del caos, de los cataclismos de la historia. Y esto es lo que
despierta y pone al hombre en estado de alerta.
Nos cuestiona la necesidad, la angustia, la
pobreza, la asfixia.
No viene la pregunta de un estado de
saturación, de la sociedad del bienestar. Ahí, en esa atmósfera de
satisfacción, no se desencadenan esos interrogantes. Más bien cualquier
cuestión queda sofocada. La hartura estrangula cualquier intento de
interrogación.
Y el caso es que Él viene a través de los
dramas, de las ruinas, de las horas en baja forma, de las desdichas o mejor
a pesar de ellas. Como si el camino del caos fuera el sendero de la luz. "Hágase
la luz y la luz comenzó a brillar". Es como si las ruinas, la angustia
extrema, fuera el vehículo de su venida. La encarnación toma el camino del
humilde, de lo quebradizo, de lo frágil.
Por eso no viene sólo por el "pesebre".
Viene, felizmente, por cada situación. Nace en el pesebre vacío. Y anuncia
que nace en el hombre vacío de poder, vacío de bienestar, vacío de saber y
de tener.
La respuesta todo lo puede trastocar. Como un terremoto que cambia la
geografía, el paisaje, el curso de los ríos, la venida de Jesús cambia,
también, y sobre todo el paisaje íntimo, la mirada, el curso del río de la
historia.
Dios puede venir a ti si te sientes interrogado. Pues Dios se sale de lo
acostumbrado, rutinario, de la idea preconcebida; Dios no se deja encerrar
en una tierra, en una raza, en una cultura, en una etnia, en un templo.
Tu corazón está lejos de la Navidad si crees
saberlo todo, si tienes respuesta para todo, si buscas en los libros, en la
erudición, en los ordenadores programados; si esperas que la respuesta venga
de una cultura, de una civilización, de una religión. Si te has domiciliado
en esos territorios eres un extranjero de la Navidad.
La respuesta es imprevisible, es
insospechada. Viene del silencio, de una "corazón callado y tranquilo, como
un niño recién amamantado, y en brazos de su madre".
La respuesta de esa Palabra sólo vibra en una
pulcra escucha. Y es que la Palabra no es en verdad Palabra al salir de los
labios. Se vuelve Palabra al ser acogida en el silencio.
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