“Tanto amó Dios al mundo que le dio a su propio Hijo”

Jn 3,16

Navidad es don, es ofrenda, es regalo. Navidad es fiesta del dar, Dios sin ego, eterno amor, eterna bondad,  silencio abismal; sin empeño de poseer, sin afán de dominar o domesticar, sin necesidad de retener. Dios da sin medida y sin motivo, sin causa, Dios da por nada. Lo suyo es dar. Dar el Hijo es darlo todo.

Navidad es una inspiración a la ofrenda. Pero nuestro ego se defiende, se protege, no se rinde, no se deja sofocar. El ego no cede como un artilugio al pulsar un botón. Hoy todo es automático, atómico, electrónico, sofisticado, pero nuestro ego no funciona así, no se para tan fácilmente. Pasar la vida sin ego es una fiesta, es Navidad. Pero el ego vive el consumismo estacional de la Navidad y ha logrado hacer de este suceso una fiesta negra, desenfrenada y aniquiladora. Y así en lugar del don se ha impuesto la apropiación, el poder, el ahogo y la asfixia del consumir.

El ego no sabe dar. Sólo poseer. Ignora la Navidad, no la celebra, no la festeja, la huye, la margina, la excomulga. Ve la Navidad como una amenaza para él.

Lo que propone el ego parece decente, honesto, parece serio y justo y humano.  Esto nos engaña y desconcierta y confunde. El ego quiere salir con la suya y convierte la Navidad en un sucedáneo engañoso e ilusorio. En Navidad el ego se ve desahuciado, por eso inventa mil salidas que le mantengan a salvo.

Navidad es equilibrio, es belleza, es melodía inefable. Es sencillamente música, es armonía. El ego se resiste a la Navidad, prefiere el desorden, el ruido, el caos.

Navidad es la vida orientada por el régimen del don. La vida se vuelve ofrenda festiva gracias a Jesús, el Hijo. Sí, es sencillamente entrega, sin retener nada, sin apropiarse nada. Ni Dios se apropia a su Hijo. Ese don de Dios es Navidad.

Navidad es puro amor, pura presencia, puro don, puro silencio. Navidad es generadora de sosiego y de paz. Logra y hace posible la vida del hombre sobre este planeta.