La Navidad es
siempre una invitación a la soledad, a una soledad grande. Y no es
bueno cambiarla por cualquier compañía. A veces esta soledad y
silencio es dolorosa como lo es un nacimiento. Y hay que sobrellevarla.
El niño anda a solas consigo mismo, horas y horas, sin hallar a nadie,
pues los adultos están desinteresados de su soledad, sin enterarse,
entretenidos en otras cosas que juzgan muy sobresalientes y
preferenciales.
Es en la soledad y en el silencio donde
estamos como abandonados al reclamo de una maravillosa cita en el
interior del corazón. ¡Es navidad!
Y nace Jesús aproximándose a la naturaleza
(en un establo). No nos desampara ni el viento, ni el bosque, ni el mar,
ni las estrellas, ni las montañas. Jesús inaugura la vida no en una
multitud sino en una gran soledad y convive con lo creado.
Navidad. Jesús siempre es el que nace, el
que viene. Cada hora viene. El inefable, el indecible, el inagotable,
viene y no acaba de venir del todo. Y viene de adentro, de la
profundidad secreta y oculta. Lo menos, lo único también, que podemos
hacer es no obstaculizar su venida, no negar su visita, no amenazar su
alumbramiento interior.
Así como la tierra, el cosmos, no se
resisten a ninguna estación (ni a la primavera, ni al otoño, ni al
invierno) no te resistas a que Él venga, no te endurezcas, no te
opongas a la Navidad. El sendero de su venida es la soledad, el
silencio.
Siempre es el que viene. ¡Vengo pronto,
vengo ya!
Navidad. Nacimiento. Pero la verdad es que no
hay verdadero nacimiento mientras no se corten los atijos y gavillas de
cordones umbilicales, y nos animemos a vivir no a expensas, a costa de
otro, sino de sí mismos, no a expensas del exterior sino del interior.
Otra vez Navidad. Viene, sí. El que viene de
dentro. ¿Pero cómo va a venir de lo hondo si siempre estamos
exteriorizados, asomados a un fuera asfixiante?
¡Cuántas veces nos sentimos atraídos y
atrapados, y acosados por lo superficial de la vida! Eso no nos centra,
no nos serena; nos desajusta más que otra cosa.
Él viene. Y es Amor. El amor de dos
silencios, dos soledades que se aman y se hermanan. Navidad es la feliz
comunidad, la colmada unidad. No, Dios no se ha perdido. No se ha
extraviado. Está viniendo. Viene de tu silencio como un alumbramiento y
siempre es un alumbramiento. En el dar a luz siempre hay gran soledad,
gran silencio.
A Dios le buscan mis manos, mis pensamientos,
mis emociones. Pero sólo el silencio y la soledad me devolverán a
Dios. Mejor: sólo en el silencio se da el camino de una venida fértil,
rebosante. Sólo el silencio, sólo la soledad es sendero de Encarnación. |