La
verdadera relación favorece el encuentro con lo más íntimo, con lo más
hondo de ti mismo, y es por eso que es imprescindible hacer una travesía,
horadar las diversas capas, los estratos que ocultan el corazón, lo que
enmascara y disfraza. Una relación auténtica va precedida de una
relación íntima contigo mismo. Y el encuentro entonces es como un reto,
como un desafío donde se trascienden desconfianzas, inseguridades, como
burladeros tras de los cuales te escondes.
“Dame
tu corazón”. Pero antes da lo que te recubre: tus escombros, los
cascotes que lo tapan, las máscaras que te ocultan, el miedo que te
ensombrece y hasta la violencia con la que disimulas tu inseguridad.
Dios
no pide tanto tus objetos, tus reconocimientos, tu prestigio, tus logros,
tus proyectos, tu epidermis. Dios te pide a ti, lo más genuino y original
de ti mismo, lo autóctono. La oración así se vuelve vínculo.
acercamiento, aproximación, contacto, unión, comunión.
Hay
a veces vacío, depresión, tristeza, por estar separado, desunido,
excomulgado y marginado de dentro, expulsado del jardín interior. La
verdadera oración se inaugura al volver a ti, al regresar a ti. Una oración
que se vuelve ofrenda de ti, de tu ser. “Tomad y comed”. Es un
ofertorio.
Dios
no está para servir nuestra fantasía o nuestro mundo emocional. Tú eres
el que te pone al servicio de lo absoluto. No, no confíes tu corazón a
la sociedad, a ninguna institución, confía tu corazón a Dios. La oración
silenciosa es don de todo.
La
oración silenciosa se lleva por delante realidades amadas, conveniencias,
costumbres, que son como caparazones que amenazan con ahogar y asfixiar y
paralizar el corazón. El apego a todo eso puede frenar el ritmo íntimo.
No puede uno por menos de abandonar formas y rituales sofisticados,
excesivamente majestuosos que nos distraen de lo seminal, de lo medular.
Ofrecerse hasta echarse de menos uno mismo.
“Dame
tu corazón”. No te distraigas de él corriendo tras de lo que le
enturbia, le encierra, tras de la cortina que le oculta. No dependas de
nada, sólo de ti. Sólo de dentro. Lo de fuera enloquece y aniquila. Lo
de dentro enamora.
Allá
en los latidos del corazón se sienten y se dan los latidos de Dios, del
cosmos y no se echa en falta nada. No hay ausencia de nada y hay plenitud
del todo.
“Dame
tu corazón”. La única ayuda para vivir esta ofrenda es el
silencio, el despojo, el vacío. Dame tu corazón después de ensimismarte
en el misterio de la eternidad y de la paz infinita, alejado de lo fugaz.
El corazón tiene razón. Es luz. Nadie lo vence. Es la victoria de un
amor hecho don. |