“El
Maestro está ahí”, ahí mismo, en tu corazón. Y ahí te espera. No en
los alrededores, en el entorno. Jesús va en el corazón. Es su morada
preferida.
Su
presencia crea maduración. Está viene no por apropiación y acopio, no
por adquisición, sino por el despojo, por el desapropio. Por el silencio.
Es
el otoño la estación de los frutos maduros. En ella todo se despoja,
todo se da. Es la estación del silencio la que nos aproxima a una
plenitud. El árbol se da enteramente. Es su maduración. Desde la médula
el árbol se entrega. La historia del hombre es la historia de un
crecimiento, de una maduración, no es la historia de una enfermedad.
El
Maestro dentro suscita la gran maduración. La libertad, la autonomía íntima
es prioritaria en la vida. Dios crea al hombre así, libre y autónomo.
El
arte de este Maestro íntimo consiste en incitar, en la fuerza de la
inspiración. Hace cohabitar todo el tiempo, el único tiempo, la
eternidad. El Maestro viene a ser la víscera cordial del ser humano. Nos
da el vivir con vida propia. No hay porque vivir a expensas de fuera, en
dependencia del exterior.
El Maestro enseña en
silencio. Su palabra suena únicamente en el silencio. No hay que
acoplarse a ningún molde. El Maestro es la luz en la mayor oscuridad. Lámpara
para cada paso en las noches de la vida. El Maestro no colapsa ni infarta
nada. Todo lo suscita desde el corazón. Todo comienza y se inaugura desde
dentro. La semilla, la flor, todo se abre desde el interior. Y lo inédito
de la vida es un misterio, una fascinación. Por lo inesperado, por lo
imprevisible, por lo inevidente. Y porque en ello se cumplen mil sueños,
mil esperanzas que conllevan mil revelaciones. Por obra y gracia del
Maestro que nos habita.
El Maestro ilumina con su
presencia, muestra el camino silenciosamente. No impone, no violenta, no
fuerza a nada. Sólo inspira, sólo sugiere. Su silencio se vuelve una
llamarada incandescente en el corazón.
Todo
nos puede enseñar, abrir y ensanchar la conciencia: Un amanecer, una
estrella, una mariposa, el bosque y el inmenso océano, y un anciano
indefenso. Así se despiertan campos vírgenes y desconocidos de paz, de
misericordia y de amor. Jesús, el Maestro, al lado de la adúltera le
enseña con su silencio la belleza del amor, la armonía de la inocencia. |