El exterior no es ninguna
fuerza que nos acosa o que nos embiste, que nos estrecha, que nos
asfixia. Me refiero a no vivir a merced de ninguna autoridad que venga
del exterior a la que nos acomodemos, a la que nos sintamos de alguna
manera vinculados, más bien vivir de acuerdo con la luz que, como de una
nueva creación, brota de nosotros, brota de nuestro corazón. No vivir
desde la experiencia nuestra, sino desde esa luz que brilla en la
interioridad. Así es como el acto de vivir es luminoso, la vida es
luminosa porque es iluminada desde dentro y es una luz que nos purifica
y embellece nuestra existencia.
Es verdad que en el mundo, en
el entorno nuestro, hay horas de cierta violencia, hay horas de cierto
acoso, hay horas de cierto atropello. Es
cierto. Porque eso está presente en la vida
humana.
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Quizás sea un inconveniente,
quizás sea muy saludable, posiblemente es muy regenerador buscar,
entonces con nuestros ojos, la belleza de la naturaleza. Por lo menos si
el rostro de una convivencia no es el rostro de la belleza, sino que es
el rostro de una comedia, o de una farsa, de una burla… si el rostro de
la relación de los hombres, de nuestra relación, no es bello, por lo
menos mirando un árbol, a lo mejor encontramos la belleza de nuestra
misma relación.
Nuestros ojos siempre se pueden volver a la
naturaleza. Cuando estéis con desorden mirad un árbol, cuando vivís en
una confusión mirad un árbol o tomad una flor y ved su orden, ved su
equilibrio, ved su armonía, el equilibrio de una rama, el equilibrio de
una sencilla flor… y quién sabe si su armonía, su equilibrio, su
belleza, despiertan en vuestro corazón también el orden, despiertan
también en vuestra corazón esa belleza, o esa armonía,
porque si recuperáis el orden, recuperáis toda la
belleza, y si recuperáis esa belleza también, con ella posiblemente,
recuperéis el aroma de la vida y el perfume de la vida que nunca se
extingue entre nosotros.
Mirando así este mundo, mirando
así esta naturaleza, posiblemente aprendamos también una vida de
libertad, una libertad que brota, que ha de brotar también de nuestra
interioridad.
J.F. MORATIEL |