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"Apacentaba
Moisés el ganado de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián y condujo
el ganado al fondo del desierto y llegó a Horeb, al monte de Dios y
el mensajero del Señor se le apareció en llama de fuego, en medio de
una zarza. Vio que la zarza estaba ardiendo, pero que la zarza no se
consumía. Dijo, pues, Moisés: “Voy a acercarme para ver este extraño
caso: por qué no se consume la zarza.” Cuando vio Yahveh que Moisés
se acercaba para mirar, le llamó de en medio de la zarza, diciendo:
“¡Moisés, Moisés!” Él respondió: “Heme aquí” Le dijo: “No te
acerques aquí: quita las sandalias de tus pies, porque, el lugar en
que estás es tierra sagrada”. Y añadió: “Yo soy el Dios de tu
padre”. (Ex 3,1-6) |
Tengo la sensación o la impresión
de que es uno de los pasajes en los que se nos invita a orar,
viviendo sencillamente en nuestro corazón o conviviendo con la
presencia del fuego que hereda la luz que hay en nuestro corazón.
La zarza no se consumía, era un
fuego que no se consumía y es una de las imágenes que sugieren o que
nos hacen intuir y sospechar la presencia de Dios. Quien sabe si la
experiencia de Moisés, fue una experiencia también interior. El
fuego que no se consumía dentro de si mismo. La luz que no consume
dentro de nosotros mismos. Hay dos expresiones de uno de los monjes,
que llamamos del desierto, entre otras, que son muy significativas y
muy en consonancia con esto… no!
Se cuenta que le preguntaron a
uno: ¿qué haces tanto tiempo en silencio?
Él siempre decía: “Estoy
esperando al amado de mi alma”
En realidad, nuestro silencio,
pues es un poco esto: es esperar al amado de nuestra alma.
Y a otro que también le
preguntaban eso:
¿cómo estaba tanto tiempo en
silencio… orando en silencio?
Y el decía pues… “Estoy
esperando a ver si esta luz que va dentro… pues amanece”. A ver
si la luz que va dentro se hace presente.
Una luz, la luz de una llama que
no se consumía, que no necesitaba de objetos; efectivamente la leña
se consume… y es una imagen muy sugerente. La leña, el árbol es el
fuego del sol condensado y por eso cada leña tiene un calor. No es
lo mismo echar al fuego un roble, que un pino, que un chopo, que un
negrillo, que un álamo, que un enebro… cada leña tiene su calor,
porque es el calor del sol que se ha ido condensando allí. Y el
fuego es el símbolo del hombre y es también el símbolo de la
interioridad, por eso digo que la experiencia de Moisés es posible
que haya sido una experiencia interior. Creo que ha sido una
experiencia íntima en su corazón. Nadie juega con el fuego más que
el hombre, nadie lo usa más que el hombre, ningún animal usa el
fuego, más bien los animales experimentan cierto temor, experimentan
cierto sobresalto, incluso los animales domésticos, si alguna vez
observasteis el gato que se acerca a la hoguera, a las brasas, se
calienta pero a cierta lejanía, como que tuviera un cierto respeto,
y un cierto miedo. Es lo singular del hombre.
En realidad quien sabe si esta
experiencia, la experiencia de Moisés, la experiencia de su ser más
íntimo, es la experiencia de sí mismo. El hombre no se conoce a si
mismo pero puede experimentar lo que es en su hondura, en su
misterio, que es un fuego, que es un amor, que es una luz. Y por
otra parte el fuego es también el símbolo de la interioridad. Cuando
se hace una lumbre vamos amontonando la leña, vamos a hacer una
fogata y entonces al ir amontonando la leña pues basta que pongamos
una brasa en la parte más baja, una pequeña llama y entonces el
fuego siempre reobra de dentro hacia fuera. De lo profundo hacia el
exterior. Y quien sabe, os decía, si la experiencia de Moisés pues
fue la experiencia de su mundo interior y la experiencia de que
dentro estaba alguien que no se consumía, que era incandescente.
En muchas ocasiones pues nosotros
hablamos de temas de oración, hay mucha literatura, asunto de
meditación, temas de meditación… y puntos de meditación… esas son
expresiones muy comunes en la literatura religiosa, pero todo este
mundo bíblico de alguna manera sugiere que hay que orar sin ningún
punto de meditación, que hay que orar sin ninguna tema de
meditación, que hay que orar sin ningún asunto especial de
meditación, que la oración es ponerse a peregrinar, es ponerse en
camino del encuentro de nosotros mismos, del encuentro de nuestro
mundo interior, del encuentro del amado de nuestra alma… vamos al
encuentro de la luz que habita y que mora en nosotros. La verdad es
que siempre resulta pues… bien extraño el orar sin ningún objeto, el
orar sin ningún tema, el orar sin ningún texto, el orar sin ningún
verso, el orar sin ninguna música, el orar sin ningún icono… esto
nos resulta extrañísimo. Pero sospecho que este y otros pasajes pues
apuntan un poco hacia ahí.
Efectivamente nuestra oración
silenciosa es así, no hay ningún tema especial, no hay ninguna
motivación especial, del exterior quiero decir, no hay ningún objeto
especial, no hay ningún icono, no hay ninguna música, no hay ningún
verso… estamos también como esos monjes del desierto “esperando al
amado de nuestra alma”.
Estamos esperando a ver si amanece
esa luz que Jesús anuncia, que Jesús dice que va en nuestro corazón.
J.F.Moratiel
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