ESTA DIVERSIDAD QUE HAY EN NOSOTROS

 

 

“Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Si, pues, hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena. Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado que mora en mí. Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer el bien está en mí, pero el hacerlo, no. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí. Por consiguiente, tengo en mi esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega; porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior, pero siento otra ley en mis miembros que repugna a la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros.”

 

Rom 7, 14-23

Es uno de los pasajes en los que se pone en relieve, se nos recuerda, esta diversidad que hay en nosotros. Hay un mundo interior y hay un mundo exterior.

 

Cabría otras divisiones pero nos basta esto. Hay dos clases, podríamos decir, también de hombres, también cabrían otras divisiones pero… simplifiquémoslo así, hay como dos clases de hombres. Hay unos hombres que buscan siempre fuera y otros hombres que buscan siempre dentro. Se busca fuera pues… una felicidad, una sabiduría, una ciencia, una erudición… y hay otros hombres que buscan dentro esa sabiduría, esa felicidad, esa ciencia, ese bienestar, esa paz… la buscan dentro.

 

El silencio digamos que es la cultura, del hombre interior o si queréis es el culto a la interioridad, es el culto a lo absoluto, es el culto a lo único, es el culto realmente a lo eterno. El silencio es un maravilloso acto de fe en la interioridad. No se puede vivir realmente esa dimensión interior sin esa profunda fe y sin esa profunda urgencia de ese otro mundo nuestro.

 

Os decía que hay dos hombres, el hombre que busca fuera y el hombre que busca dentro, hay gente que es muy erudita y realmente está muy informada, muy documentada y sin embargo a lo mejor les falta esa frescura del hombre que es sabio su corazón. No tiene la erudición, no tiene la documentación, no está tan informado, no es tan leído como ese hombre que busca siempre fuera y sin embargo ese hombre que es sabio por dentro pues se halla… un cierto frescor, algo nos llega a nosotros de él porque realmente algo se trasluce, algo resplandece de su mundo interior, de su interioridad que siempre es la frescura de un manantial que no cesa. Por más que acumulemos conocimientos y por más que acumulemos experiencias, pues está bien el advertir que nosotros no nos abriremos a esa contemplación profunda… Si hay conocimiento, si hay doctrina, posiblemente no hay contemplación interior. Quizás sería mejor el quitar el posiblemente y dejarlo así, sin más. Con doctrina, con erudición… no hay contemplación. La contemplación es de la otra dimensión, de la interioridad. Es por eso que nunca exageraremos la protección que merece nuestro interior. Proteger nuestro interior de todas las amenazas.

 

En la vida existen muchas amenazas. Hoy la gente dice que hay constantes amenazas de nuevas enfermedades, de nuevos virus, enfermedades contagiosas, la droga, el sida, los accidentes… Las amenazas de la sociedad como que han ido creciendo, la amenaza de nuestra exterioridad como que ha ido creciendo a medida que el hombre ha ido alcanzando o adquiriendo un nuevo bienestar. Pero también existe, en nuestro mundo, una amenaza de la exterioridad. El exterior siempre nos invita al éxito, el exterior siempre nos invita a una abundancia, nos invita a la fama, nos invita a un poder, nos invita a un reconocimiento… El exterior siempre fomenta en nosotros… puede fomentar en nosotros, aspiraciones perturbadoras. El exterior siempre promete una vida a manos llenas y después el exterior nos deja en la estacada. El exterior después nos margina, el exterior después nos da la espalda, el exterior después nos abandona… por no decir que nos acogota. Hasta el rumor del exterior nos puede hacer daño en este sentido.

 

En el silencio pues uno puede realmente quedarse cara a cara consigo mismo. Sin otros rumores. Sin otros, por supuesto, estruendos. Quedarse consigo mismo, en esa misteriosa y fértil soledad, sin las estridencias, sin los interrogantes, sin las preguntas del exterior. Aunque realmente dentro hay una gran pregunta, porque realmente la gran pregunta es Dios mismo.

 

Volcados al exterior uno puede olvidarse de dentro. Sospecho que tarde o temprano el interior nos va a reclamar, tarde o temprano surge como una insatisfacción, como que una desdicha porque realmente el exterior, os decía… nos abandona y surge una especie de tragedia interior, por así decir, que puede ser una maravillosa gracia. Ese despertar de nuestra interioridad, puede producirse a veces a través de situaciones realmente dolorosas. Hay horas posiblemente en la vida en las que uno ha vivido distraído,¿no? pero luego hay horas en las que esta especie de insatisfacción crea en nosotros una urgencia de búsqueda y una urgencia de silencio tremenda.

 

En el fondo, lo que ocurre pues… es que nosotros dejamos atrás, olvidamos sencillamente nuestro interior. El interior nunca nos olvida. Felizmente el interior nunca nos abandona. Pero el interior siempre puede ser el abandonado, que es otra cosa. El interior siempre puede ser… el marginado. Por eso el silencio se hace con nosotros. El silencio le reencuentra cada uno, en el silencio te puedes reencontrar, porque el silencio te trae a él mismo, el silencio te trae a ti y te trae ahora mismo, a una disponibilidad maravillosamente compartida, como un pan recién amasado que se regala a nosotros y hecho para nosotros.

 

No solemos hablar ni creo que debamos de hablar de las metas del silencio, porque no se puede limitar ni decir con nuestras palabras su infinita riqueza, pero quizás podamos decir que realmente el silencio, por lo menos, libera nuestro interior, pone a salvo nuestro interior… si queréis el silencio colma nuestro corazón, el silencio llena nuestro corazón, es una invasión de una vida fértil y además nos colma directamente. Esto es maravilloso. Nos colma en directo, sin necesidad de ningún intermediario, ésta es una preciosa gracia del silencio, lo cual significa que el silencio nos devuelve una autonomía en la vida, el silencio se trasciende en todas las posibles dependencias y todas las posibles esclavitudes.

 

Quizás la inquietud, ese sobresalto decíamos, pues puede ser también la maravillosa gracia de esta hora nuestra. El hombre que vive desligado de si mismo, el hombre que vive separado de si mismo… como que allá en lo oculto de su corazón… hubiera una necesidad… se hiciera presente una fuerza que le impulsa a librarse otra vez a si mismo, a unirse otra vez a si mismo, a encontrarse otra vez consigo mismo, porque el hombre siempre sueña con… con la vida, y la vida no está más que dentro, la vida sólo se halla en el corazón, la vida sólo se halla en lo profundo de si mismo y por eso por mal que a veces viva el hombre, el hombre con lo único que sueña… su único sueño, podríamos decir, es vivir para siempre. Lo pasa mal el hombre pero hay un sueño que siempre perdura, hay un sueño que siempre como que amanece en la atmósfera de su corazón, de su templo interior y es el deseo de vivir para siempre. Dentro hay un sueño de eternidad, dentro del hombre hay una añoranza si queréis… de lo absoluto y de lo eterno. Hasta el mismo silencio se puede decir que es la eternidad.

 

 J.F.Moratiel

 

 

- Extraído de un encuentro.