“Jesús, fatigado del camino, se sentó sin más junto a la fuente; era
como la hora sexta.
Llega una mujer de Samaria a sacar agua, y Jesús le dice: Dame de beber,
pues los discípulos habían ido a la ciudad a comprar provisiones.
Dícele la mujer samaritana: ¿Cómo tú, siendo judío, me pides de beber a
mí, mujer samaritana? Porque no se tratan judíos y samaritanos.
Respondió Jesús y dijo: Si conocieras el don de Dios y quien es el que
te dice: Dame de beber, tú le pedirías a Él, y Él te daría a ti agua
viva. Ella le dijo: Señor, no tienes con qué sacar el agua y el pozo es
hondo; ¿de dónde, pues, te viene esa agua viva? ¿Acaso eres tú más
grande que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo y de él bebió él
mismo, sus hijos y sus rebaños? Respondió Jesús y le dijo: Quien bebe de
esta agua volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le diere
no tendrá jamás sed, que el agua que yo le dé se hará en él una fuente
que salte hasta la vida eterna.
Díjole la mujer: Señor, dame de esa agua para que no sienta más sed ni
tenga que venir aquí a sacarla. Él le dijo: Vete, llama a tu marido y
ven acá. Respondió la mujer y le dijo: No tengo marido. Díjole Jesús:
Bien dices: No tengo marido, porque cinco tuviste, y el que ahora tienes
no es tu marido; en esto has dicho la verdad.
Díjole la mujer: Señor, veo que eres profeta. Nuestros padres adoraron
en este monte, y vosotros decís que es Jerusalén el sitio donde hay que
adorar. Jesús le dijo: Créeme, mujer, que es llegada la hora en que ni
en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. (…) pero ya llega la
hora, y es ésta, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en
espíritu y en verdad.” (Jn 4,6-23) |
Creo que este pasaje también es muy
sugerente, muy inspirador, muy evocador. La verdad es que lo primero que
llama la atención es este dicho de Jesús a esta mujer “el que beba de
este agua volverá a tener sed”.
Si nosotros nos alimentamos del
exterior siempre tendremos sed. Si nosotros oramos tratando de descansar
en el exterior siempre estaremos con ansiedad, con disgusto, con sed. La
sed evoca angustia, evoca disgusto, evoca… ansiedad sencillamente. Y es
que esta mujer pues… no tenía marido, no se había esposado… con su
interior, digámoslo así. Había tenido cinco, dice, pero… cinco objetos,
es decir, no quiere decir que tuviera cinco maridos, posiblemente lo que
evoca es que era una mujer que andaba rodando de objeto en objeto. Pero
esa es nuestra historia, vamos rodando de tema en tema, de asunto en
asunto, de melodía en melodía, de verso en verso, de libro en libro, de
tratado en tratado… vamos rodando de objeto en objeto y claro… eso
genera disgusto, angustia, ansiedad.
La samaritana somos nosotros cuando en
nuestra oración no nos ponemos en camino de la fuente interior. La
fuente interior es como la zarza ardiendo, una fuente que no se agota,
es otra de las imágenes que evocan la divinidad, que evocan la divino,
quiero decir. ¡Una zarza que no se consumía! y eso le asombró a Moisés,
porque no se consumía, nadie echaba leña, y no se consumía. Evocación
del mundo divino. Una fuente, ahora dice San Juan, que no se agota
nunca. Que no se agota. Y que esta fuente está dentro, dice “se hará
en ti una fuente que salte hasta la vida eterna”, es otra manera de
decirnos que dentro de nosotros, está toda la plenitud, toda la
grandiosidad, todo lo bello, todo lo infinito.
Pero os decía que nosotros podemos ser
como la samaritana, que vamos rodando de cosa en cosa. Un día nos sirve
un texto, otro día nos sirve una música, otro día nos sirve aquel icono,
aquella imagen, aquel paisaje, aquel recuerdo, aquella memoria, aquel
asunto, aquel episodio… y corremos el riesgo de vivir siempre con
ansiedad. “El que beba de esta agua volverá a tener sed”, el que
no se interne, el que no se espose con su mundo interior siempre vivirá
con disgusto. El gran matrimonio, el matrimonio… digamos, primero, es el
matrimonio con nuestro interior, es el esposamiento, por así decir, el
desposorio, celebrar los esponsales con nuestro mundo más íntimo, con
nuestro mundo más secreto, más oculto.
El objeto siempre es lo que está
fuera. Está fuera de nosotros pues… ese tema, esa música, ese icono… es
lo que está realmente en el exterior, lo que está al margen nuestro,
pero lo bueno es saber que dentro es donde está la luz, que la luz no
está fuera, sino que está dentro. Y por eso tomar conciencia de esta
dimensión interior, pues es vivir sin fijarse en ningún objeto, es vivir
sin fijarse en ningún tema, en ningún asunto, en ningún punto que
decimos de meditación. No fijarse en nada. No pararse en nada. El agua
que salta hasta la vida eterna no se detiene en nada. El agua misma
cuando va río abajo pues aunque encuentre alamedas preciosas y valles
bellísimos, el agua no se detiene, el agua no se detiene hasta que llega
a su casa, que es el gran océano y es donde descansa el río.
No sé si os decía que tan sólo una vez
he visto el río desembocar en el océano y fue allá en una ciudad en
Ecuador, en Guayaquil, y realmente cuando llega... llega el río al
océano pues se abre, y se abre, y se abre… como que se desespereza y
llega como que cansado, pero descansa cuando se funde, cuando entra en
comunión con el océano. Y llega allí porque no se ha detenido. Por eso
digo que lo nuestro, en este campo, en esta dimensión de la plegaria, de
la oración, del silencio, es no detenernos en nada, como el agua que no
se detiene en nada. El agua es solidaria del agua. Toda el agua se
vuelve solidaria en el océano. Pues lo nuestro es ser solidarios, por
así decir, del agua que salta hasta la vida eterna, solidarios de
nuestro interior, solidarios de nuestro corazón.
Y así como todo despierta cuando
amanece… no sé si dormisteis alguna vez en el campo, pero cuando uno
duerme en el campo pues… al amanecer da la sensación de que todo
despierta; si ha habido un río allá al lado... también como que
despierta, y el bosque, y el árbol, y … todo despierta. La luz da vida a
todo, el amanecer da a todos vitalidad y como que nos hace nacer. Pues
así cuando nosotros dejamos que amanezca la luz interior, entonces todo
vive por nuestra mirada, todo vive gracias a que nosotros lo miramos y
lo miramos sin ningún afán posesivo. El sol no busca poseer nada, todo
lo ilumina, pero no busca apropiarse nada, todo vive gracias a él, pero
él no vive adueñándose de nada y así tendríamos que estar nosotros en el
mundo. Si esa luz ha amanecido en nuestro corazón, veríamos al mundo,
veríamos las personas… pero con esa pureza, con esa condición inmaculada
que nos devuelve la luz interior, verlo todo sin apropiarnos nada. El
sol no tiene que hacerse dueño ni propietario de nada, la dicha del sol
es sencillamente la luz, la dicha del sol no está en que ilumine el
valle, o la cresta de la montaña, o el océano… la dicha del sol es serlo
y ésta es también la dicha del que ha encontrado la luz en su corazón.
La dicha no está en los objetos, en las cosas, en lo que es extraño a
nosotros, en lo que es exterior a nosotros, nuestra dicha es ser luz,
nuestra dicha es ser lumbre, como sugiere el pasaje del Éxodo, nuestra
alegría es ser sencillamente una llamarada, lo demás es indiferente. Al
sol le es indiferente el árbol, la montaña, el río… ver el mundo con una
cierta indiferencia, porque nuestra alegría no viene de las cosas, no
viene de los objetos sino que viene de dentro.
Así nuestra oración silenciosa pues
nos pone en una peregrinación, en camino de ese gozo y esa luz interior.
J.F. MORATIEL |