La palabra de
la eucaristía “Tomad y Comed” está encaminada, está orientada
hacia una comunión. Y este gesto de Jesús, bien puede inspirar todas
nuestras comuniones. Ese gesto de Jesús bien puede inspirar toda
nuestra relación y toda nuestra comunión.
Pronuncia
esas palabras, en horas vecinas, en horas muy próximas a la muerte.
Quién sabe si es un modo de decirnos que no existe relación sino hay
una muerte.
La verdadera
relación, la relación más profunda, la relación más verdadera,
quizás surge o quizás llegue a nosotros cuando realmente llega la
muerte. La muerte de nuestra superficie, la muerte de nuestro ego.
Podríamos
pasarnos horas hablando del ego, pero digamos brevísimamente que, el
ego es el centro de todos nuestros deseos que nos llevan al
exterior. Es el centro de todo ese afán de poder, el centro de todo
ese afán de lograr, el centro de todo ese afán de poseer, sea lo que
sea. Propiamente ese es el ego, con mil matices y con diversidad de
semblantes, pero en el fondo el ego es eso. Desde ahí no podemos
relacionarnos, no hay relación desde el poder, no hay relación desde
la posesión, no hay relación desde ese afán de logre, de conquista,
desde esa ambición. |
Cuando todas
esas cosas se mezclan, todo eso quiebra la relación, todo eso
ensombrece la relación y por eso nuestros egos no saben
relacionarse. Todos tenemos un ego y desde ahí nosotros no podemos
entendernos, desde ahí no podemos relacionarnos. Si uno cree esto,
ya cree mucho. El que cree que desde el ego no se puede uno
relacionar con los demás, el que ve eso, el que advierte eso, el que
lo reconoce, el que lo admite, realmente creo que es un paso
maravilloso para acercarse a otro mundo.
También
Jesús… quizás… sospecho, que en esta palabra, está una inspiración
de nuestra propia muerte.
La relación
llega a través de la muerte. Quizás la muerte es de las cosas más
temidas por los hombres, quizás es la cosa más temida por nosotros,
posiblemente es uno de los temores que más han cristalizado, que más
han arraigado en la vida. El hecho es que sabemos que hemos de morir
a esta existencia y que es imposible de predecir, es imposible de
fijar la fecha y por eso quizás buscamos seguridad. Pero la muerte
tiene otro significado. La muerte es desprenderse de todo. Esa es la
muerte. En este sentido, en el contexto en el que las palabras de
Jesús resuenan en nuestro corazón, en nuestro silencio, pues quien
sabe… quizás la muerte sea la acción más bella de la vida, la acción
más hermosa de la vida, la acción más sublime de la vida, porque
cesa una actividad y surge otra, cesa un modo de estar y surge otro.
Constantemente vamos del nacimiento a la muerte y de la muerte al
nacimiento. Y así es como Jesús se expresa en el evangelio.
Se puede
decir que la muerte es morir a todo el pasado. Esto es casi
imposible de verbalizarlo, porque cómo verbalizar… ¿cómo se mueve
nuestro corazón en el silencio? cómo verbalizar… ¿cómo una acción
surge en el silencio?... ¿cómo surge una acción en ese silencio
total, en ese vacío total?
En este
sentido se puede sospechar, se puede admitir, se puede creer, que la
muerte abre las puertas a nuestra libertad. El silencio total puede
abrirnos a una venida maravillosa, a una conciencia nueva, a una
conciencia transformada, a un corazón realmente transformado, a algo
realmente nuevo y diferente a lo que no estamos acostumbrados.
Nosotros estamos acostumbrados a lo que vemos, y es de lo que no
queremos desprendernos. De lo que vemos, de lo que palpamos, de lo
que sentimos… es de lo que no queremos desprendernos, pero realmente
morir significa desprendernos de todo, de todos los bienes, no sólo
de las herencias materiales, sino de todos los bienes psicológicos,
de todas las experiencias que hemos vivido.
Es un arte
saber morir. Es una arte saber relacionarse. No se aprende el arte de la relación si no es en el arte de
la muerte, quiero decir, sino va precedido, va acompañado a la vez,
del arte de la muerte, del arte de morir.
Cada noche se
puede morir por lo menos. Os propongo
un ejercicio esta noche. Tomad conciencia, por lo menos de vez en
cuanto. Tomad conciencia. Cuando uno se acuesta… desprenderse de
todo; de todo lo vivido, de todo lo que ha habido, de todo el
pasado, de todas las experiencias. Desprenderse de todo. Que ese
desprendimiento de la ropa, sea como una invitación a desprenderse
de algo más. Desprenderse de todo. El que realmente aprende a
desprenderse de todo, no temerá la muerte. No temerá ese otro morir a
esa existencia, en esta tierra nuestra.
De vez en
cuando, vivir el arte de la muerte. Es el arte del desprendimiento.
Quizás tememos lo desconocido porque estamos demasiado agarrados a
lo conocido, estamos demasiado empeñados en las cosas conocidas. Si
supiéramos morir a lo conocido, si aprendiéramos a morir a lo que
conocemos, a lo que sabemos, a lo experimentado, posiblemente no
temeríamos la muerte, posiblemente nos entregaríamos a la muerte… y
no a esa muerte última, sino a la muerte cotidiana, con otro gesto y
con otro talante.
Es San Pablo
el que dice: cada día muero. Cada día.
No estoy
diciendo nada que no esté incorporado a la Palabra del Señor y que
no fluya de ella. Por eso también, se puede decir que el silencio es
otro modo de vivir, un modo de vivir en el que cada momento nos
derramamos de todo lo que hay en nosotros.
“Tomad y
comed” así se derrama Jesús, así se despoja Jesús.
En cada
relación hay que derramarse, en cada relación hay que verterse. De
hecho, vivir significa derramarse, vivir significa ofrecerse, vivir
significa verterse enteramente, por eso nuestras relaciones son una
oportunidad para darnos, cada relación es una ocasión para
ofrecernos.
J.F. MORATIEL |