Encuentro en VALDEJIMENA - 2007
 

 VALDEJIMENA UN OASIS DE SILENCIO

6 al 9 de Septiembre

 

Una vez más… como ocurre tantas veces, lo hermoso, lo bello, lo trascendente está donde menos se imagina uno. Así Valdejimena es un valle oculto, nadie lo diría, aún estando a un paso circulando por la carretera de Alba de Tormes. El paisaje desde la carretera es monótono, suaves ondulaciones en una llanura de amarillos y ocres a la luz de septiembre, la meseta castellana no sería aquí distinta si no fuera por el matiz verde y negro que aportan las encinas proyectando esporádicas sombras en este paisaje abrasado por el sol del estío. Pero claro, esto es desde la carretera, circulando a 90 Km/h. A Valdejimena, indica la señal, tras una suave ascensión se muestra majestuosa la basílica.

 

A la puerta aguardan Antonio y Petra, los responsables de la casa, y quienes se ocuparán de nuestra alimentación estos 4 días, Petra es una cocinera excelente y prepara los platos con mucho esmero, con una presentación visual muy apetecible, no quiero detenerme mucho en este aspecto, pero debo reconocer como extraordinario el calabacín relleno gratinado, el típico cocido castellano con todos sus sacramentos, incluido morcilla, relleno y tocino, aquí las cosas siguen siendo como han sido toda la vida.

 

Es curioso pero en este silencio, llama la atención el ruido del motor de un coche acercándose, seguramente por eso están a la puerta, aguardando, nos han oído llegar.

 

Y en breve llegamos los que vamos a ser. Un derroche de abrazos, besos, saludos, la alegría se hace presente, somos pocos, han fallado a última hora unos cuantos, así que ya estamos los que somos, no hay nadie más, no hay nada más, ni siento que falte nada. Estamos todos, podemos empezar, adelante, adelante…

 

Aquí las cosas son como “de pueblo”, piedras viejas, centenarias sobre las que el tiempo ha puesto su patina de erosión, maderas ennegrecidas en muebles antiguos, olor a campo, espacios abiertos, horizontes amplios, huertos, pájaros en medio, no ya de la meseta castellana, como pareciera en la carretera sino aquí Castilla se hace dehesa y las mudas encinas se han hecho presentes por cientos en este valle, quizá convocadas por el silencio de los siglos, aquí están estos inmensos árboles, testigos del silencio, testigos de la quietud, testigos de la permanencia sólida y estable, benditos apóstoles de presencia, es como si el silencio hubiera abierto una brecha en este espacio por el que fluye, lo que no se puede ubicar en ningún espacio, porque no es de este mundo y está fuera de todo espacio o lugar.

 

Bendición tras bendición por la brecha que ha abierto aquí el silencio penetra y se hace experiencia mucho de la inmutabilidad de Dios, en la quietud de estas encinas, en su fortaleza, arraigo, firmeza y orden, las laderas, los pastos y el cielo, todo parece estático, detenido, hasta la eternidad parece haberse dado cita y el tiempo no puede ocultar aquí lo eterno, lo que está fuera del mundo temporal en el que creemos vivir.

 

El silencio no necesita hacerse aquí, ya está, de momento no se nota… es como todo, lo hermoso, lo bello, no salta a primera vista… además por el jolgorio de la bienvenida, pero una vez reposados esos ánimos se va haciendo más y más visible, sensible…patente.

 

Lola y Josefina, María Luisa, Maria Fe, (lamento no acordarme del nombre de la mujer de Barcelona) y yo Rafa, mañana vendrán Julio y Teresa y después se nos unirá Vidal, como en familia, sencillez y pobreza numérica es lo que Dios ha dispuesto en este despoblado y austero marco de Valdejimena. Tierra de eremitas, tradición de soledad, de oración, de contemplación, desierto de silencio y luz, así es el abrazo acogedor de Dios en Valdejimena, aquí somos traídos por el Señor “para que descansemos un poco” ésta es su ciudad de vacaciones, no como el mundo la considera, sino como verdadero sosiego y remanso para el alma.

 

Allá en las laderas que nos circundan pastan monótonamente las reses en la dehesa, ocasionalmente el aire trae mil aromas a tomillo, romero, a ganado, estiércol, sonidos diversos se entremezclan en una silenciosa sinfonía, cencerros de lejanas ovejas, las hojas del chopo al pasar la brisa, y el zumbido de una mosca que insistentemente ha elegido el dorso de mi mano, el grito del milano que permanece estático en lo alto del cielo, aguda la mirada, intensamente atento, se diría que es todo atención… y quieto, muy quieto, dejándose llevar por el viento mientras el paisaje se mueve observado bajo sus alas.

 

Pero todo esto no es ruido, no sé porque estos sonidos son parte del silencio.

 

De súbito ocurre algo que me sobresalta, sorpresivamente, casi con estridencia giran y voltean las campanas en la espadaña de la torre, un terremoto de agudos y bien timbrados repliques manan y manan como en una fuente sonora que se extienden por todo el valle como olas cruzando este océano de quietud, y de pronto, lo mismo que empezó se detiene, bruscamente, y pasa a otro ritmo, a otro tono mas grave a dar las horas… al mismo tiempo, en un patio interior, el gigantesco perro mastín de Antonio, que permanece silencioso todo el tiempo se levanta y aúlla al ritmo del campanario, se une con unos aullidos largos y extensos, que no sé como interpretar, quizá sea como los aullidos de éxtasis del lobo al contemplar la luz de la luna llena, sea como sea, el mastín responde al estímulo sonoro de las campanas.  El campanario cesa y el perro se recuesta y dormita como si nada hubiera ocurrido. Y así se repite una y otra vez. Algo me sobrecoge en esta empatía entre perro y campanario.

 

Poco a poco va quedando atrás el mundo corriente, el exterior, el de la superficialidad, progresivamente me sumerjo más y más en el silencio, soltando, despojándome de máscaras, de personalidades elucubradas, de visiones, de sueños. Van quedando atrás las cosas del mundo de las formas exteriores, de los objetos, de los cuerpos, de los constantes cambios, en el silencio voy soltando todo, y una paz que no es de este mundo me invade, y las cosas del Reino se hacen presentes y desaparece todo temor, el cuerpo no puede sino sentirse inundado por la seguridad que mana de esta presencia y se relaja, se aflojan todas las tensiones, se abandonan todas las defensas… y en la capilla, en silencio profundo, Dios revela cuanto ama a su hijo.

 

De pronto replican las campanas de Valdejimena y el mastín responde con sus aullidos largos y extensos y ahora parece que comprendo, tocan a despertar a esta realidad: El hijo de Dios no está solo ni abandonado a merced del deterioro del tiempo, esclavo del trabajo, atenazado de miedos e inseguridades rodeado de carencias azotado por la enfermedad y por último la terrible muerte.

 

Las campanas de Valdejimena tocan y tocan, replican y replican, llaman a despertar a la única realidad posible: Dios no ha abandonado a su hijo, y hasta los perros hacen de altavoz para que resuene más esta invitación a despertar.

 

Un saludo para mis hermanos de la escuela del silencio.

 

Rafa

 

 

12 de septiembre de 2.007