“No llevéis nada para el camino”        Lc, 9,3

 

Son de sobra conocidas estas palabras de Cristo. Y de sobra fuertes e impactantes estas que lanza a bocajarro.

 

Seguro que nadie que las escuche como Dios manda dejará de sentir un choque de extrañeza y hasta de susto. Por no decir, si uno se descuida, hasta de rebeldía, irritación y enojo. Sobre todo cuando uno las oye no en plan de transeúnte sino con toda la formalidad.

Es chocante a primera vista, que cuando Cristo habla de misión, de futuro, empiece hablando de despojo, de desapropio. Y es que el futuro no tiene nada que ver con lo que se puede acopiar del pasado. Porque el futuro es virgen. Y se acoge desde el vacío, desde un corazón pulcro, libre, disponible. Por eso no necesita ser defendido este decir de Jesús, pues ya no despierta ningún rechazo ni confusión.

 

Lo que sucede es que la vida es tan incierta, tan insegura! Por eso uno quisiera preveerla, apuntalarla, adelantarla. No solo es incierto el mañana lo es  también el cómo e ignoramos qué dolor, que amor, qué suerte, que fortuna, qué salud, qué peligros o riesgos abrazaran la vida, la nuestra. De ahí que a toda costa se quiera hacer una previsión para saber a qué atenerse, para sentirse amparado, sin susto, sin nerviosismo. Y así afrontar con calma el problemático futuro. Todo lo que nos pide dejar es movedizo, inestable, fluctuante e inseguro. La tierra firme, lo estable, es lo que queda en el corazón. Qué casa, qué amigos, que amores, qué sentimiento, qué opiniones; todo eso pierde significado si se advierte que uno mismo no es tan solo eso. Y precisamente eso es lo que puede deslumbrarnos y ensombrecernos. Tan solo cuando uno se separa de lo falso, de lo irreal y ficticio, aparece lo verdadero y lo real. De este modo el despojo, el silencio, es como la epifanía de la verdad interior.

 

Dejamos las cosas a regañadientes. Lentamente. Poco a poco, de suerte que es ahí, en la desposesión donde se evidencia el apego desaforado y voraz que nos esclaviza. En el silencio se da la puntilla sin compasión al último resto que busque adherirse y quedarse fondeando en el corazón. Cristo manda ir con el corazón, no con las cosas a cuestas.

 

Sabemos poco de la vida. Poquísimo. Sabemos que pasa por el desapropio, por el silencio. Sabemos que la vida es presencia y es silencio. Y así se va tolerando esa incertidumbre tan desazonadora. Es como la vida a la par se nutre de horizontes y posibilidades.

 

Jesús quiere al discípulo no lleno de cosas, sino lleno de sí, pleno de sí mismo. Por eso no busca obtener fuerte impacto sobre los oyentes tan solo. No. Busca que se hallen a sí mismos. Es como si a cada uno dijera: no lleves nada, vete tu mismo, llévate tan solo a ti mismo. Y no echarás en  falta nada; con tal de que no te eches de menos a ti mismo.

 

La ley del silencio es cauce de vida, de maduración. Nadie lo ha inventado. Está sencillamente ahí. Como ningún humano ha puesto en funcionamiento la ley de la gravedad. De este modo el discípulo del silencio lo vive no como un hueco en la vida, del que hay que escapar, intentar huir, sino como la vida misma.

 

Fr. Moratiel