CONCURSO DE PINTORES

 

 

Cuenta una leyenda que en un reino se convocó un concurso de pintores y que, al quedar dos estupendos artistas como finalistas, los pusieron en una gran sala para que hicieran la última fase de la prueba. Dicha sala estaba dividida por un lienzo enorme para que tapara el uno al otro y así no se pudieran copiar.

 

Uno de ellos comenzó rápidamente su faena y pronto se vio cómo avanzaba en su creación artística. El otro, en cambio, ante el asombro del rey y los demás espectadores, comenzó a limpiar la pared en la que tenía que plasmar su pintura. Y no hizo otra cosa en todo el tiempo que duró la prueba. Limpiaba, limpiaba... Cuando se dio por finalizado el tiempo y quitaron el lienzo que los separaba se quedaron todos admirados. Resulta que la pintura de uno de ellos era perfecta... Pero, en la pared de enfrente se reflejaba con tal nitidez que no se sabía cuál de las dos era la verdadera. La pared era un espejo tan limpio que copiaba la obra del otro pintor.

 

 

A veces nuestra vida es sólo eso: un continuo purificar, limpiar. Y eso es tremendamente importante para nuestra obra.