DE CARLOMAGNO Y EL SABIO

 

Dice la leyenda que hubo una vez un hombre sabio y feliz. Su existencia llegó a oídos del emperador Carlomagno que ordenó que lo trajeran hasta él. Los soldados fueron a buscarlo.

 

El sabio vivía junto a un río y solía estar siempre desnudo y tumbado boca arriba sin hacer nada, disfrutando del sol y de la naturaleza. Le dijeron que el emperador quería verle, pero el les dijo que no tenía nada que hablar con el emperador y que no pensaba moverse de allí.

 

Cuando los soldados regresaron y le comunicaron a Carlomagno la respuesta del sabio, este, muy ofendido, les ordenó que volvieran y lo trajeran vivo o muerto.

 

De nuevo los soldados trataron de convencerle de que el emperador estaba muy irritado y que su vida corría peligro si no acudía a palacio, pero el sabio siguió sin moverse de allí.

 

Los soldados no pudieron matar a aquel hombre desnudo e indefenso y volvieron al palacio con las manos vacías. El emperador, echo una furia, decidió ir él mismo a conocer a ese hombre.

 

Cuando llegó junto al río, se acercó al anciano con su caballo poniéndose delante de él. El sabio le indicó con la mano y le dijo que hiciera el favor de apartarse que le estaba privando del sol de la mañana. Carlomagno, fuera de sí, le preguntó si no sabía quien era él, que era el emperador y que podía cortarle la cabeza si lo estimaba oportuno.

 

El sabio sonrió entonces y le dijo: "Ah, la cabeza me la corté yo mismo hace tiempo."

 

 

La cabeza no sabe amar, solo acaparar, acumular.

En el paraíso interior sólo se puede entrar sin nada.