EL ARPA MISTERIOSA

 

Dice esta leyenda que en un palacio, el administrador, un día encontró un documento en el que se decía que en el desván del palacio había un arpa misteriosa, que todos los que la escuchaban entraban en éxtasis, y le llamó tanto la atención aquel documento que efectivamente subió al desván del palacio, era un palacio enorme y buscó y rebuscó y rebuscó, y efectivamente encontró un arpa allá en un rincón del desván.

 

Ni corto ni perezoso fue con el documento y el arpa al rey y le explicó, y parece ser que el rey desconfiaba bastante de aquello pero había puesto tanto empeño que le dijo: “Muy bien, pues organiza un concierto”.

 

Buscó el mejor músico del reino y organizó y anunció un concierto; se llenó el auditorio de gente y parece ser que el músico mejor de reino tocó el arpa, pero nadie entró en éxtasis.

 

Una gran frustración, un gran desengaño.

Total que a pesar de todo, aquel administrador volvió a insistir al rey otra vez que había que organizar otro concierto, y la verdad es que el rey a pesar de su desconfianza pues también le dijo que de acuerdo. Organizaron otro auditorio, invitaron a la gente más importante del reino, vino otro músico también muy afamado y tocó, pero pasó lo mismo, nadie entró en éxtasis.

 

El rey ya da este asunto por concluido, pero el que no lo da por concluido era el administrador. Estuvo unos días enterándose y preguntando qué músicos había que tocaran el arpa, y dicen que le dieron noticia de que en la montaña había un ermitaño que también tocaba el arpa.

 

Entonces habló con el rey. El rey se resistió mucho, pero este hombre era tan insistente que accedió. Invitaron al ermitaño, el ermitaño nunca bajaba a la ciudad y menos a dar un concierto, pero claro era una invitación del palacio real, y entonces accedió. Se organizó también un concierto, se llenó el auditorio de gente, gente más importante, bien vestida, y allá despreocupado llegó el ermitaño, vestido de cualquier manera, venía de las montañas, un hombre rústico. Y dice la leyenda que lo primero que hizo fue sentarse en silencio junto al arpa, y allí estuvo un rato sentado junto al arpa, y al rato ya se dispuso para tocar el arpa.

 

Y efectivamente, según arrancó las primeras melodías del arpa, toda la gente cayó en éxtasis, toda la sala, todo el auditorio entró en un  profundo éxtasis.

 

Después la gente preguntaba y preguntaba: “¿Pero qué has hecho? ¿qué has hecho? ¡los mejores músicos han venido aquí a tocar y nadie ha logrado que el público entrara en éxtasis!”

 

Y dicen que no hacía más que decir: “¡Yo no he hecho nada, dejarle que suene!”

   
 

Dejarle que suene.

Dejad que vuestro corazón suene.