EL MÚSICO DEL REY

 

 

Era una vez un músico que tocaba el sitar en el palacio real. El rey tenía siempre la pretensión de tener el mejor músico. Así que aquel hombre estaba con cierto temor de que hubiera otro mejor que él.

Y dice la leyenda, que él sabía que había otro mejor que él, y por eso él siempre ocultó su nombre, porque temía que si el rey se enteraba le suplantara a él.

 

Un día se atrevió, el que era mejor que él era el que había sido su maestro y... un día se lo dijo al rey. Como que pesaba mucho sobre su conciencia, aquel ocultamiento, estaba como que remordiéndole la conciencia y dijo:

- pues sí, hay otro músico mejor que yo.

 

Y el rey pues se interesó... y dónde estaba... y

 

Le contó que:

- es un músico que sólo toca el sitar a las tres de la madrugada. Así que si quiere que le escuchemos tendremos que ir allá.

 

Y efectivamente a las tres de la madrugada pues fueron a escuchar al músico que tocaba. Y el rey llevaba otro sitar, porque era como la comprobación de la verdad de lo que decía este músico, que era un músico muy experto, porque decía que si un sitar era bien tocado hacía vibrar a los sitares que había en torno suyo.

 

Y a las tres de la madrugada allí estaban cerca de su casa. A la escucha. Puntualmente, a las tres de la mañana, empezó a tocar el sitar, y cual no sería su sorpresa... el sitar del rey empezó también a vibrar. Dice la leyenda, que el rey lloraba de alegría.

 

Y volvieron silenciosos al palacio. Y cuando volvieron al palacio pues le dijo al músico:

- Yo creo que debes irte. Debes de irte. Y debes de ir con tu maestro, porque si lejos, en la lejanía... he oído esta maravilla.. hacer sonar el sitar, a lo lejos... que no hará contigo si estás junto a él. Vete. Vete y vive junto a él.

 

 

Una cosa muy hermosa de esta leyenda es que tocaba el sitar sin público. Tocaba a Dios... por el gusto de tocar... por el gozo de tocar. No había ninguna afán de justificación, no había ningún proyecto, no había ningún afán de reconocimiento, no había ningún afán de aprobación, no había afán de un aplauso, de una ovación... Tocaba por el gusto de tocar, lo cual es una gran informalidad porque siempre se toca por algo.

¡Vivir! ¡Vivir! pues... así, vivir por nada y es como mejor uno se despide de las formas de este mundo; es como mejor uno se despide de las apariencias de este mundo.

DETRÁS DE LA APARIENCIA SIEMPRE ESTÁ LA VERDAD.