LAS TRES PRINCESAS

 

 

Una leyenda cuenta la historia de tres princesas que todos los días se levantaban y se iban a beber el agua a una fuente. Pero un día, la mayor (al igual que las otras dos) se encuentra el agua embarrada.

¡Qué sorpresa!

 

Una rana se asoma en el fango y les dice que si quieren cambiar el agua y volverla limpia, una de las princesas tiene que acceder a casarse con ella.

 

La pequeña contesta: «Trato hecho».

Desde ese momento, la rana se presenta todas las noches en la alcoba de la princesa, llama a la puerta y dice: «Aquí estoy». La princesa, muerta de asco, no le permite dormir en su cama, con lo que la rana tiene que pasar la noche a sus pies. Al amanecer desaparece.

 

Así ocurre hasta que la princesa deja que la rana duerma debajo de su almohada; entonces ésta se convierte en un príncipe encantador y la boda se celebra por todo lo alto.

 

 

El cuento nos habla de nuestro silencio. En los ratos de silencio se nos hace presente la rana. Muchas ranas reclamando su sitio en nuestra almohada. De noche, en el silencio, nos dicen: «Aquí estoy». Los asuntos pendientes de nuestra vida llaman a la puerta de nuestra alcoba más íntima. El pasado que no se ha vivido vuelve a nosotros para que lo vivamos. Son asuntos que pasan factura. Nuestras cuentas pendientes. No se presentan en la actividad del día. En el silencio de la noche se aparecen como la rana del cuento. Por eso no nos gusta el silencio. Por eso nos llenamos de actividad: leemos, trabajamos... Cogemos de todo con tal de separarnos de la rana que busca casarse con nosotros. Que busca que la admitamos en nuestra vida. Todo lo que se nos presenta en las horas de silencio busca ser vivido por nosotros.