6 – El silencio, encuentro de amor

 

«Apareció la ternura y el amor de Dios en Jesús» (Tit 3,4)

 

Dios ha recurrido a un gesto (Jesús) para darnos a conocer todo su amor, toda su verdad. Y es que la palabra no es diestra para expresar lo entrañable. Por eso se hace necesario recurrir al gesto. Este, por simple que sea, vale más que todas las palabras.

 

En el lenguaje del amor, las palabras son siempre vagas para expresar todo este mundo. El mundo de los sentimientos no se puede expresar. ¿Quién puede hablar sobre la paz? ¿Quién explica la luz, un color, la vida...? El gesto dice más: un abrazo, una sonrisa... Algo parecido le pasa a Dios. Al expresar su amor busca a Jesús para hacerlo. El gesto de Dios se anuncia a través de toda la Escritura y apunta a esta ternura de Dios en Jesús que no se puede abrazar porque nos desborda. En realidad es la ternura de Dios la que nos abraza a nosotros.

 

Los gestos de Dios resuenan en la Biblia. Son expresiones que diluyen toda pesadilla. Cuando uno experimenta esta Presencia, ya todas las sombras desaparecen. En la Biblia hay infinidad de evocaciones en donde Dios da vida al hombre a través de su amor.

 

La urgencia mayor del ser humano es la de sentirse amado. En la infancia, uno necesita ser amado para crecer y para que sea capaz de amar de mayor. Es un hecho altamente verificado que hay que envolver al niño de cariño para despertar el amor que lleva dentro. El amor ha sido derramado para que nazca la vida. Nada se puede librar del amor. Porque él es la fiesta y el calor de la vida. Y el amor no fluye porque el otro sea bueno. El amor ama porque no puede hacer otra cosa más que fluir. El amor no está en el sujeto sino en el objeto. El agua mana por el gusto de fluir. El amor que se despierta en el hombre ama por el gusto de amar. El amor tiene que salir de nosotros como el agua de un manantial. De no hacerlo es porque hay un atasco en nosotros. No es justo pensar que es el otro el que está en la vida para amarme. No dijo Jesús a sus discípulos: «Id y buscad a un grupo que os quiera...». Más bien su mensaje fue: «Id y amad...».

 

El amor que está en todo ser humano necesita ser despertado. Y para que ese amor crezca tiene, como decíamos antes, que ser arropado, arrullado... En estas primeras horas el ser humano necesita amor. Al crecer reparte ese agua para que otros puedan apagar su sed. Necesita tener alegría de amar. Es la alegría del agua cuando se derrama sin cesar. En el alta mar de tu historia, ama. No esperes ya que te amen. La luz disfruta iluminando. El amor ha sido derramado en mí para que yo lo derrame en los demás.

 

Por esta razón es tan importante sentirse amado y habitado por el amor. No hay otro camino para que pueda fluir nuestro amor espontáneamente. Un corazón cerrado no puede crear cooperación con la creación de Dios. El odio nos cierra el camino de la vida y si queremos vivir hemos de amar. De ahí que sea necesario volver a experimentar la ternura de Dios en nuestras vidas. Vamos, pues, a mencionar algunos gestos de amor para poder sentirlos en nuestro corazón:

 

«Si nadie te ama, mi alegría es amarte»

Dios es amor y el amor goza amando. Busca amar. Ese es el gran gozo y la festividad de Dios. El salmista lo entiende bien cuando exclama: «¡Eterno es tu amor, eterna tu bondad!». Se puede hacer ya la travesía de este mundo colmados de todo gozo con esta frase por bandera si de verdad prende en nuestro corazón.

 

«Si lloras, estoy deseando consolarte»

Es el Dios de todo consuelo. Él recogerá todo sollozo y todo llanto. Detrás de todo dolor siempre está el gozo. Él secará toda lágrima. En nuestro silencio puede haber dolor pero siempre desembocaremos en el gozo porque el consuelo de Dios viene cuando yo no me resisto a la vida. Detrás de mis lágrimas está el amanecer. La noche siempre es espacio para alumbrar el sol. La noche también es fecunda. Todas las preguntas de la noche nos las responde el amanecer. Las horas dolorosas son uno de los ritmos del vivir. La noche no es eterna. Nunca ha faltado el amanecer. Las horas de dudas se pasan. Hay que esperar la luz. Tenemos que tener una gran apertura para aceptar la noche. Los pájaros esperan la noche cantando. Sin susto. Todo es pasajero. El dolor no se puede enquistar en nosotros. Lo que se abraza, no asusta. El amor compasivo acepta las noches de la vida. El corazón es capaz de abrazar todas las situaciones. Resistir al dolor es destrozo. Se redime, admitiendo. Observa la noche. Es más oscura cuando va llegando el amanecer. Si uno sigue, la sombra apunta a la luz. El dolor de todo alumbramiento nos advierte de que más allá habrá un encuentro de alegría. Mi corazón va aceptando y entonces comprende. Se comprende mucho antes envolviéndolo todo en amor. La resistencia ante cualquier dolor lleva a enquistar la situación.

 

«Si eres débil, te daré mi fuerza y mi energía»

El poder humano crea una gran soledad. En el caso de Dios es distinto porque el poder de Dios no se parece en nada al nuestro. Es un poder para nuestro servicio. Es un poder que no nos humilla. Decimos en el credo: «Creo en Dios Padre Todopoderoso...». Es poderoso no para protegerse, para defenderse..., sino para ponernos a salvo. Frente a Dios uno se siente protegido. El es mi poder, mi seguridad, mi refugio, mi fortaleza. Detrás de la flaqueza se puede hacer presente el poder de la vida.

 

«Si eres inútil, yo no puedo prescindir de ti»

Lo inservible, se tira. Estamos contaminados del afán de utilidad. Las formas de vida actuales no potencien amar al inútil. Dios nos ama y no necesita nuestra utilidad para hacerlo. Nos costará trabajo sentir esto porque nosotros tiramos lo que no sirve. Nosotros apostamos por aquello que sirve y El por lo que no brilla, por lo que no vale. Cambia nuestra visión y nos relaja de tanto aparentar. ¡Ese afán de sentirnos útiles nos está matando! Siempre justificando nuestro sentido de vida haciendo cosas. Ahora ya no tengo que justificarme para estar en este mundo. Dios ama mi condición limitada y no me pide más. A la rosa no le pide que sea otra cosa. A cada uno le pide lo suyo. No es justo verse inútil en la vida.

 

«Si estás vacío, mi llenara te colmará»

Nosotros sentimos estremecimiento ante el vacío. El hombre busca saturación porque el vacío le produce miedo. Y resulta que el vacío es la plenitud de Dios. Y que el vacío es, también, llenura que colma. Hay que vaciar todo aquello que está saturado. El bambú puede resultar flauta para que Dios pueda tocar en ella. El vacío para servir. Sólo en el vacío se recibe. Y seguimos, no obstante, resistiendo al vacío. Y ante una tarde sin hacer nada, buscamos llenarla como sea. Huimos de él cuando el vacío tiene un valor maravilloso. Uno de los milagros del silencio es que nos deja vacíos. Sin cosas, sin objetos... Me dispone para acoger la plenitud de lo que no tiene nombre. El vacío tiene el en canto del cosmos. Es quedarse sin nada para acoger a otra Presencia que puede llenar la vida.

 

Los discípulos reconocen la resurrección cuando ven la tumba vacía. Vieron y creyeron, abriéndose al misterio de la resurrección. Sólo ese vacío les da ocasión para despertar a otra conciencia y, desde entonces, ellos sintieron el vacío de todas las cosas en las que no estaba él. Sólo en el vacío se recibe. Por eso, la ley del cielo es: vaciar lo saturado para llenar y colmar.

 

«Si tienes miedo, te llevo sobre mis espaldas»

Jesús ama la imagen del pastor llevando a hombros a su oveja. Así es con nosotros ante nuestro temor y ante las situaciones de auténtico peligro. No nos deja solos en el peor momento de nuestra vida. Es fiel y nos coge en brazos como en aquel cuento de la playa en que las huellas de Él van junto al caminante y sólo aparecen unas cuando este se halla en peligro. «¡Qué susto pasé y qué solo me dejaste!». «Mira,-le dice Jesús-las huellas que se veían en la playa, junto a la orilla no eran las tuyas sino las mías, porque en ese momento yo te cogí en brazos. Te hubieras muerto si no te llevo sobre mis espaldas».

 

«Si me llamas, vengo siempre»

En la parábola del amigo que a medianoche despierta una y otra vez, con fuerza y sin descanso, a otro que duerme para pedir tres panes sería bueno invertir los personajes y descubrir que no es el hombre el que llama a Dios; es la vida, es Dios mismo, que ni duerme ni reposa como «el guardián de Israel». Nos está llaman do continuamente a nosotros que estamos «durmiendo» con nuestros enredos, proyectos y trabajo. Y la vida nos despierta sin cansarse, con tesón, con insistencia para decirnos que hay algo más de lo que vemos, sentimos y proyectamos.

Está también la oración del «Ven, Señor Jesús» que nuestro corazón recita como una letanía. Es el murmullo del alma en una espera inacabada. Es la apertura hacia el amor. Y habría que recordar de igual manera la ternura de un Dios que te dice: «Estoy a tu puerta y llamo. Si quieres y me abres entraré y cenaré contigo».

 

«Si quieres caminar, iré contigo»

Siempre se hace presente al paso, al mismo paso de los discípulos caminantes cargados de desilusión y cansancio. «Yo estaré siempre con vosotros». Los apóstoles viven el misterio del «Dios con vosotros» porque esta es la fe en el Dios vivo y resucitado.

 

«Si te pierdes, no duermo hasta encontrarte»

Valoramos mucho que alguien se desvele por nosotros. Dios lo hace. No duerme por mí. Basta recordar la parábola del hijo pródigo para encontrar en ella todo el desvelo de un Padre. También vale la imagen, una vez más, del pastor que vigila.

 

«Si estás cansado, soy tu descanso»

Nadie se atreve a decir hoy: «Venid a mí los cansados...». De la persona cansada, estresada, la gente huye como de la peste. Hay una escapada casi física ante la gente que te abruma con sus agobios y problemas. Nos vamos. Espaciamos las visitas. En realidad no queremos ser ya el descanso de nadie. Pero Jesús acaba la frase siempre: «...que yo os aliviaré...».

 

«Si me pides, soy don para ti»

La vida es inagotable para nosotros. No tiene precio. La vida nadie la ha merecido, se nos ha dado gratuitamente. Al igual que el silencio. Se nos da como don y como tal don nunca se acaba de agradecer. Todo lo importante se nos da a cambio de nada.

 

«Si me necesitas, te digo: "Estoy dentro de ti"»

Tagore escribe que la flor pregunta al fruto: «¿Dónde estás?». Y él contesta: «Dentro de ti». ¿Dónde está Dios? Dentro de ti. Por eso el silencio es presencia. Es llenura. Toda la vida está dentro de nosotros. Todo se nos ha dado. Nuestro deber es encontrarlo dentro.

 

«Si te resistes, no quiero que hagas nada a la fuerza»

Si nos resistimos, la vida no nos fuerza. Es respetuosa con nosotros. Quiere que todo lo que hagamos sea desde dentro. La influencia de Dios es desde el interior. Jesús respeta siempre y a nadie fuerza.

 

«Si eres infiel, yo soy fiel»

La vida es siempre fiel con nosotros. Fiel como una montaña. Quien se pone a la sombra de Dios no tiembla. «Mirad a Dios y a su fidelidad».

 

«Si me miras, verás la verdad de tu corazón»

Pero para ver desde dentro es necesario cerrar los ojos de fuera con los que medimos, enjuiciamos, sopesamos, comparamos El silencio nos lleva a que se nos revele todo el misterio de nuestro ser. Es para ser uno mismo. No es evasión de sí. Se abren los ojos del corazón al hacer silencio y nuestra interioridad nos hará ver la verdad.

 

«Si estás en prisión, te voy a liberar»

El hombre puede estar preso y poseído por sus rutinas, sus costumbres, sus culturas, sus tradiciones... En el silencio uno puede esperar la visita de Dios que llega a liberar. Estar encadenado a las razones, a las ambiciones, a las obsesiones..., es muy duro para el hombre. El silencio es nuestra gran liberación. La vida es liberadora cuando se vive en plenitud. La vida está deseando liberarnos de tantas prisiones. Abrirse al silencio es dejarse liberar.

 

«Si estás a oscuras, soy lámpara para tus ojos»

La vida desde el silencio va alumbrando paso a paso, en cada momento. Nos va a decir qué es lo que hay que hacer y vivir en cada instante. Brinda luz para cada uno de nuestros pasos. El silencio es nuestra lámpara de cada día que nos lleva por el camino sin miedo y sin tropiezo. Es luz para nuestro caminar.

 

«Si te manchas, no quiero que salves las apariencias»

No hay que encubrir ni esconder nuestra realidad. Lo que somos no ha de ocultarse ante Dios. Nosotros no estamos llamados a «maquillarnos», no somos exterioridad. Somos corazón, interioridad. No disimules en la vida. Dios ve tu verdad. El silencio nos pone a salvo de este mundo de caretas al que le hechiza lo superficial. El silencio es nuestro descanso. A él vamos sin disimulos ni engaños. En él nos mostramos tal cual y eso es un gran descanso. Es estar en casa sin tener que aparentar lo que no somos. El silencio es el arte de vivir sin apariencias.

 

«Si quieres ver mi rostro, mira una flor, una fuente, un niño»

En todo está la huella de Dios. Hay que saber mirar con inocencia y todo se nos manifestará. Ir a la vida con una mirada virgen y lo infinito se hará presente en todo aquello que parece finito. Mirar limpiamente, sin hacer ningún juicio.

 

«Si estás excluido, yo soy tu aliado»

Se nos puede excluir de muchos círculos, pero la vida será siempre nuestra aliada y al mismo tiempo nos hace solidarios con todos y aprendemos a no excluir a nada ni a nadie. El silencio nos lleva a estar con nosotros mismos. El que está en sí mismo no se puede sentir excluido y no excluye a nadie en su camino. San Pablo dice: «Todo es vuestro, vosotros de Jesús y Jesús es de Dios».

 

«Si no tienes a nadie, me tienes a mí»

La vida siempre está disponible, a nuestra disposición, a nuestro servicio. La asistencia de Dios nunca descansa, ni se gasta, ni se retrasa, ni se despista.

 

«Si eres silencio, mi Palabra habitará en tu corazón»

La Palabra emerge desde el silencio. No se trata de que hagas silencio un rato. ¡Sé silencio! La Palabra se acuna en el silencio. Este se vuelve fértil. Más allá del silencio hay un mundo de amor que se nos revela.

 

Hay más gestos de la ternura de Dios a lo largo de la Biblia y se podrían sentir desde el silencio cada uno de ellos. Serían una letanía interminable:

 

«si nadie te necesita, yo te busco»;

 

«si tienes hambre, soy pan de vida para ti»;

 

«si pecas, soy tu perdón»;

 

«si me hablas, trátame de tú»;

 

«si quieres conversar, yo te escucho siempre»;

 

«si todos te olvidan, mis entrañas se estremecen recordándote».