12- El silencio, respuesta al dolor humano
«Aunque hable no cesa mi dolor» (Job 16, 6)
El dolor no se demuestra. Siempre se vive sin más. El hombre tiene dolor. Donde hay un hombre hay un conflicto. Somos conscientes de nuestros propios sufrimientos. Somos los que vivimos en el dolor.
Job es el símbolo del hombre sufriente. Se queja de haber nacido, de padecer violencia, injusticia, de tener que morir...; le pide cuentas a Dios y Dios le hace caer en la cuenta de que está llamado a la eternidad. Eso le calma. «Me voy a fiar de ti».
Edipo, otro personaje, también sufre. Su perspectiva es distinta. Su dolor le llega por desconocimiento y exclama: «¡Si hubiese sabido...!». Por no conocer... El desconocimiento de sí mismo le hace vivir trágicamente. «¿Cómo a mí?». El silencio nos brinda la ocasión de tomar contacto con nosotros mismos. Ayuda a conocernos sin racionalizar. Se conoce lo que se padece. Muchas veces se vive para ser prisioneros de anhelos, deseos, agitaciones... Y generamos crispación y actitudes defensivas. Vivimos para estar en guardia y el corazón se asfixia.
Cuando yo comprendo o intuyo que no puedo vivir más de espaldas a mí mismo, entonces me acerco al silencio. Es que me reclama el mundo que está dentro de mí. Ya no puedo vivir más a merced de otras aspiraciones. Y ese paso lo doy en solitario porque la administración no se preocupa de nuestro interior. El sistema no inventa ningún partido político que en su programa electoral nos ayude a atender el mundo íntimo.
Cuando este mundo se encuentra desatendido, algo ocurre. Uno se siente mal... A veces, acudimos al médico: «Tengo un no sé qué.... Es difícil curar el mal con medicamentos y el médico se ve impotente ante la cantidad de síntomas que ha de tratar.
El silencio es para encontrarse con uno mismo. No se recibe información de nosotros desde el exterior. El silencio es la ocasión de encontrarnos con la verdad de lo que uno es. Es tocar la tierra de nuestro corazón.
Generalmente andamos enredados en las sombras de las ideas de nosotros mismos y no nos vemos tal como somos. Cuando opinan de nosotros no ven nuestra propia verdad.
Para ver hay que ir a la luz. A pleno sol no hay sombras. A pleno silencio, en el extenso silencio, la sombra desaparece. Sólo entonces podremos buscar la verdad interior. El silencio es algo inédito. No se puede definir. Tampoco se puede empujar, por lo que la paciencia es necesaria para su práctica. No hay nada que adelantar en él. Como es desconocido para nosotros es un espacio para la sorpresa, para la revelación. Ingresar en el silencio es dar un paso hacia lo esencial de nuestra vida. En el silencio la única preocupación es estar atentos, simplemente.
Y es que un instante puede valer para ver. Al igual que una gota de agua contiene todo el sabor del océano, así puede suceder en el silencio. Vivirlo al cien por cien es estar atento.
La atención que requiere el silencio nos puede llevar a que la experiencia sea costosa. El camino hacia nosotros mismos es el más costoso. Hay viajes turísticos que ofrecen promesas de pasarlo bien. El silencio no promete nada y además no existe ruta ni mapa para recorrerlo. Es virgen. No precisa la ceremonia ni el ritual.
El conocimiento de mí mismo es la experiencia directa de lo que soy y sobran los demás conocimientos adquiridos con la mente. La acumulación de información es estorbo y tenemos que atrevernos a despojarnos de muchas cosas que hemos ido fabricando. El silencio es fruto de todo despojo. No es fácil. ¡Es tan fuerte experiencia de acumular conceptos, ideas...! Y el hombre es más que todas las ideas.
De todas maneras el viaje del silencio puede estar lleno de alicientes y es una buena experiencia cuando uno penetra en el mundo inédito y virgen del corazón.
Lo que sí está claro es que las expectativas hay que llenarlas de silencio porque no sirven hay que ir a él sin nada donde agarrarse. La cosas que imaginamos o esperamos interfieren con lo que en realidad se nos da. No esperar nada. Admitir todo. No juzgar con la mente, sin más. Entonces, el silencio podrá responder a nuestro desconocimiento que engendra tanto dolor.
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