51 - "Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor"

 

 

Sólo se levanta lo que es libre, lo que es ágil, lo que está suelto. En el silencio uno se va volviendo libre porque ¡se va separando de tantas cosas. Y entonces Dios se convierte en toda nuestra alegría.

 

Se puede decir: descendemos a la cripta de la Presencia de lo divino y a la vez ascendemos. De cualquier manera el silencio nos abre al Señor y deja nuestro corazón en total libertad.

 

Las cosas nos dan también placer pasajero pero no nos dan alegría. Los límites del placer son cansar y fatigar. Las personas también nos dan contento pero no dura eternamente, sólo Dios es la alegría. No detenerse en ningún placer, no hacer la tienda en ninguna persona, en ninguna relación, estamos en camino de lo eterno, en el silencio siempre hay que seguir.

 

“Alegra el alma de tu siervo, pues levanto mi alma hacia ti, Señor”. En el silencio Dios se puede convertir en la alegría de tu corazón si vas soltándote de las cosas.

 

Lo evidente no es llamativo. Nuestro corazón está hecho para vivir lo evidente, lo que busca lo llamativo es nuestra exterioridad. El cauce del silencio es el cauce de Dios porque no es llamativo sino humilde. Lo evidente es siempre humilde y sencillo.