DOMINGO , 4 de Marzo de 2.007


 

José Fernández Moratiel

 

La llamada del silencio

 

La tarde ya está vencida. Sólo un rescoldo de nubes encendidas ilumina las ruinas monacales y recorta la iglesia que corona la colina sobre la que descansa el caserío de Santa Olaja de Eslonza. Ya todo es silencio en el lugar. Incluso se apagó la voz de José Fernández Moratiel, que en tardes como ésta, rompía la silenciosa soledad del histórico pueblecito leonés.

 

FERNANDO SUÁREZ FERNÁNDEZ

En estos días se cumple el primer aniversario de la muerte de este hombre excepcional quien, durante cuarenta años, alentó en hombres y mujeres una manera nueva de ser y de estar en nuestro mundo diverso, complejo y agitado.

 

Ante todo, el dominico Fernández Moratiel fue fiel a su condición de hombre y de religioso. Fue sorprendentemente libre frente a todo tipo de poder, de tradiciones, de instituciones y de convencionalismos. Fue pacífico y sosegado porque nada hería su corazón. Fue pobre porque sólo necesitó de lo más imprescindible para vivir. Fue amigo entrañable para cuantos se acercaron a él. Fue confiado y apacible porque percibía a la humanidad y al mundo entero como un río caudaloso que, pese a sus lacras, discurría en el tiempo hacia su plenitud. Nunca se sintió salvador de nada ni de nadie porque nada tenía que conquistar. No se enredó con definiciones, aparatos filosóficos o teológicos, formulaciones dogmáticas, discursos altisonantes o cualquier otra creación psicológico-racionalista. Dios no era para él la conclusión de un silogismo.

 

Este hombre, tan singular y tan auténtico, tan eminente por su hombría y espiritualidad, parece haber brotado de debajo de las ruinas del histórico monasterio de San Pedro de Eslonza, entre cuyas piedras jugaba siendo niño. En su alma remansó su secular historia espiritual, porque de Santa Olaja se llevaron las piedras, pero el alma que las animó fue recogida por la vida santa de Fernández Moratiel. También fue heredero de toda esa historia de sabiduría religiosa que va desde San Miguel de Escalada hasta la doctrina mística de P. Arintero de Lugueros.

 

Sin salir de su boca ninguna crítica amarga, el testimonio de su vida cuestionó muchas instituciones  y concepciones religiosas empobrecidas, desfasadas, faltas de autenticidad, inadecuadas para nuestro tiempo.

El testimonio de la vida del P. José Fernández Moratiel (Santa Olaja de Eslonza 1936-Pamplona,2006) "cuestionó muchas instituciones y concepciones religiosas empobrecidas, desfasadas, faltas de autenticidad, inadecuadas para nuestro tiempo".

 

"Es muy sorprendente cómo este fraile consiguió transmitir y hacer vivir su experiencia religiosa a multitud de personas de toda índole y geografía. Ese camino espiritual que definí como misticismo antropológico hizo surgir una pléyade de grupos en búsqueda de paz, de verdad y de autenticidad"

 

Dios y el hombre se encuentran.

 

El P. Moratiel perteneció por derecho propio a ese reducido y selecto grupo de personas que han logrado vivir una profunda experiencia religiosa camino de la unión con Dios y de la amistad con los hombres. Entendió que, para desarrollar todas sus potencialidades, el hombre debe bajar al fondo de su corazón escuchando la llamada personal hacia el bien y la verdad.  Es ahí donde Dios se hace presente y revela sus designios mediante las más nobles aspiraciones del corazón humano. "La palabra está cerca de ti, está en tus labios, más aún, está en tu corazón". "Hoy, si oyereis su voz, no queráis endurecer vuestro corazón". Viviendo estas palabras, experimentó y dio a conocer a los demás que Dios y el hombre se encuentran y se entienden en las profundidades del corazón del hombre.

 

No fue el suyo el misticismo intelectual o metafísico, pues el Dios de su corazón es el Jesús histórico. Tampoco fue el suyo un misticismo de afectos encendidos, pues nada más lejos de su naturalidad, de su sentido común, de su realismo y de su permanente serenidad, que los arrebatos místicos. Fue el suyo un misticismo antropológico, pues es el propio hombre el lugar del encuentro con la palabra de Dios que se expresa a través de las aspiraciones más nobles.

 

Para Moratiel, lo místico no era lo secreto, lo oculto y mucho menos lo mágico, sino algo tan sencillo como, desde el silencio más profundo del alma desnuda y sincera, preguntarnos por nuestra realidad personal y escuchar las voces que nos invitan a realizar nuestro proyecto humano.

 

Llama poderosamente la atención el enorme atractivo que tuvo su mensaje para tantas gentes de tan diversa y amplia condición cultural. En cierta ocasión, le pregunté qué buscaban en sus "encuentros del silencio" un agnóstico, un ateo o un cristiano tan sólo "pasado por el agua". No lo sé, me dijo, pero seguramente lo que cualquier otra persona; encontrarse consigo mismo, buscarle sentido a su vida. Lo que sí puedo decirte, continuaba él, es que los veo a todos contentos y, al final, todos encuentran algo de sí mismos a lo que piensan responder. Los creyentes buscan en su intimidad voces quizás perdidas, nuevos caminos para vivir su fe y, como todos, encontrarse con su mejor yo.

 

Cuando los hombres descubren que sus propios anhelos y esperanzas, que sus gozos y aspiraciones más profundas son la obra de Dios en su corazón, experimentan una paz profunda, una autoestima nunca sentida y la sensación de que lo religioso y su experiencia es algo cercano. Es en la profundidad silenciosa del corazón humano donde Dios y el hombre se encuentran y se comprenden.

 

Es muy sorprendente cómo este fraile consiguió transmitir y hacer vivir su experiencia religiosa a multitud de personas de toda índole y geografía. Ese camino espiritual que definí como misticismo antropológico hizo surgir una pléyade de grupos en búsqueda de paz, de verdad y de autenticidad. La semilla ya está en la tierra esperando la luz de su conocimiento y el calor de muchas primaveras para reventar en floración.

 

Pero del ser de las cosas es el tiempo y la caducidad de cuanto existe. En vísperas de su muerte y convaleciente de una gravísima operación quirúrgica, me decía telefónicamente: "Estoy muy bien, paseo plácidamente y mi corazón va mejorando, a veces me sorprendo a mi mismo sonriendo felizmente, no sé lo que me pasa"... Pues que temblabas de emoción ante la inminente cita con Aquel a quien amaste toda tu vida.

 

José Fernández Moratiel se fue silenciosamente. Centenares de personas acompañaron sus restos hasta su última morada en la ciudad de Pamplona. Y en la memoria de todos estaba la nostalgia de su sonrisa y cercanía, de su sencillez y naturalidad, de su austeridad y pobreza, de su ternura y generosa amistad, de su paz y hombría de bien, de su magisterio y, sin duda, de su santidad.

 

El hombre que tú estás llamado a ser lo encontrarás, gritando por salir, dentro de tu corazón. Sumérgete en el silencio y escucha, nos diría él sin romper su sonrisa.

 


Breve reseña biográfica

José Fernández Moratiel nació en Santa Olaja de Eslonza el día 17 de marzo de 1936. Ingreso a los trece años en la Escuela apostólica de Corias (Asturias), donde cursó los cinco años de estudio que a la sazón se exigían para acceder al Noviciado que transcurrió en el Convento de San Pablo de Palencia, en el curso 1954-1955, año en que hizo su consagración al Señor y a la Iglesia como Dominico. Se trasladó al convento de Las Caldas de Besaya para cursar los estudios de filosofía y al término de los mismos hizo su profesión solemne el año 1958 e inició los estudios de teología en el convento de Salamanca. 1962 fue el año de su ordenación sacerdotal y el año 1963 salió ya destinado a ejercitar el apostolado a través de la predicación. Una primera y corta experiencia en Valladolid, regresó a Salamanca para colaborar en la formación como ayudante del P. Maestro de estudiantes y, por fin, en 1968 llegó a Pamplona, que ha sido su convento hasta el momento de su muerte (8 de febrero de 2006). Aquellas vivencias en las reuniones familiares, aquel reunirse para preparar una liturgia dominical con unos comienzos muy sencillos fueron dando paso a lo que después vendríamos en llamar "escuela del silencio" y que hoy, después de treinta años, siguen todavía viviendo de aquel impulso que él logró plasmar en sus corazones.