(Esta
primera página de la Hoja de la Peña, queremos que lleve la firma del P.
José Luis Espinel, O.P., que desde su nacimiento hasta su muerte vivió y
sintió el arte, la historia, la teología, los campos y paisajes de su
tierra salmantina, con la hondura y austeridad de las gentes de estas
tierras. Desde la privilegiada y trascendente cumbre de La Peña de Francia,
el espíritu generoso del P. Espinel, sintonizaba en pacífica armonía con
el horizonte ilimitado de la llanura castellana).
"Los
empinados caminos y senderos que suben al Santuario, son como pequeños
puertos cerrados por la nieve, que niegan el paso. Los campesinos, desde sus
casas, miran a la Peña, que parece haberse vestido como la Virgen, con uno
de sus mantos blancos.
El
Santuario, con su carga de nieve, espera, imperturbable, como los nidos
vacíos a los pájaros emigrantes, la llegada de los peregrinos, que
calientan con sus pies desnudos, el empedrado de la calzada y las frías
piedras de los senderos. Fieles amigos del Santuario suben a menudo, en los
días invernales para comprobar casi siempre que los edificios no han
recibido heridas en la batalla colosal y continua, que les presenta la
naturaleza.
La
negra noche de invierno, deja hipócritamente, con disimulo, sin ruido, su
alfombra blanca. Todavía recientes en el amanecer, se ven las huellas del
zorro, que llegó hambriento hasta las puertas cerradas de la hospedería.
Raramente una misma nevada permanece varios días sin ser acometida por el
viento, que se lanza sobre las blancas explanadas, haciendo ventisqueros.
Cuando
apunta la primavera toda la tragedia del invierno se convierte en multitud
de ríos cantores, que llevan sus aguas en medio de trigales y
viñedos".
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