Durante todo el año, el Santuario de
Nuestra Señora de la Peña de Francia es visitado por una gran muchedumbre
de creyentes, que expresan su fe con lo mejor y más noble de sus
sentimientos. Entre estas manifestaciones destacan tres sobre todas:
flores que adornan, cirios que alumbran y plegarias que invocan.
Todas ellas son expresión sincera y confiada en la protección y amparo de
Nuestra Señora, María de Nazaret, Madre, Hermana y Compañera, de nuestro
peregrinar al encuentro de su hijo Jesús, que dejó sembrados los caminos
de la vida de esperanzas eternas.
Las flores de por sí siempre bellas,
son un "derroche de generosidad" del Buen Dios, que quiso dejar los campos
vestidos, mucho mejor de como se visten y se adornan los poderosos y reyes
de la tierra: "Ni Salomón -el sabio rey hebreo-, en toda su gloria se
visitó como uno de ellos" (Mt 6,28-29). Claveles, tosas, gladiolos,
margaritas, mimosas, arropadas de aromas vírgenes de retamas, romeros,
albahacas... enlazados entre sí en bellos ramos de flores, son ofrecidos
con generosidad a Nuestra Señora.
Unos ramos, llegan de las manos de los jóvenes, que ante
la Virgen consagran la fidelidad ilimitada de su amor; otros vienen de
padres agradecidos por el regalo de la nueva vida que ha llegado a casa;
otros para recordar, con serenidad en medio del sufrimiento, la muerte del
ser querido que ha sido llamado al encuentro del Señor resucitado... Y
otro número incontable de ramos, manifiestan afectos, que serían difícil
de expresar, pues bellos sentimientos de los seres humanos deben ser
tantos -o quizás muchos más- como las innumerables flores de nuestros
campos.
Los cirios son súplicas humildes, que consumiéndose
lentamente y en silencio, imploran amparo y fortaleza en nuestra
peregrinación por la vida para alejar, o al menos aliviar, los momentos
oscuros de nuestra existencia. En el fondo, el pueblo creyente cuando
enciende cirios o velas, se hace eco e implora, aquella luz que Jesús vino
a ofrecer como horizontes de eternidad: "Yo soy la luz del mundo; el que
me sigue no anda en tinieblas..." (Jn 8,12).
Las gentes sencillas encienden velas por la saluda de la
familia (que es lo principal -suelen decir-); para que no les falte el
trabajo y así tener los suficiente para dar un futuro a los hijos; por
aquellos hijos o nietos que andan por caminos extraños, que nunca fueron
los nuestros; porque se pudo regresar a la tierra que nos vio nacer,
después de estar trabajando muchos años en tierras lejanas, por la paz del
mundo y la concordia familiar...
La plegaria, que ya se ha indo expresando en las flores y
luces, es el momento más íntimo y más sublime del creyente. Es la
expresión más profunda y verdadera de la fe. Es el encuentro personal de
cada mujer y cada hombre con el Señor, con Nuestra Señora. Unas personas,
con solo fijar sus ojos en la imagen morena de Nuestra Señora, se
conmueven y abren las puertas de su corazón. Otras, recogen sus
sentimientos en los más interior de su espíritu y en el diálogo
silenciosos encuentran paz para su alma. Otras, toman el Rosario entre sus
manos a a través del austero rezo de avemarías enlazadas con
padrenuestros, van recorriendo sus gozos, dolores y esperanzas,
acompañadas y animadas por el mismo camino que antes hicieron Nuestra
Señora y su querido hijo Jesús.
En una palabra, el Santuario de Nuestra Señora se convierte
en una hermosa sinfonía de flores, cirios y plegarias, dirigidas a Nuestra
Señora, que gratificada por la sencillez de sus hijos, fortalece nuestras
vidas, para que nuestra peregrinación al encuentro de su hijo Jesús,
hermano nuestro, esté cada día más plena de paz y bondad.
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