La maternidad de María aparece en la mayoría de
los relatos del nacimiento de las órdenes y congregaciones religiosas.
Nuestra Señora acudía presurosa a echar una mano a sus queridos hijas e
hijos que se disponían a emprender una nueva e ilusionada tarea
evangelizadora: unas veces los aliviaba en sus enfermedades, otras los
libraba de algún peligro físico, otras los consolaba en las pruebas y
sufrimientos morales, otras fortalecía su espíritu para vencer la
tentación del desánimo y del cansancio del camino...
Eran narraciones llenas de belleza y de candor.
Probablemente una buena parte de ellas adornada y exaltada, por el
entusiasmo de los protagonistas de la historia o por aquellos que las
escucharon. Estos "relatos entusiasmados" para nada
cambiaron el fondo verdadero de los hechos, que no era otro, que el amparo
y protección de Nuestra Señora sobre sus hijos más fieles.
En
los albores de la historia del Santuario de la Peña de Francia, también
hubo sus bellas florecillas. El P. Colunga, nos cuenta en su libro
"Santuario de la Peña de Francia", a propósito del hallazgo de
la imagen de la Virgen, que una vez que Simón Vela y cinco vecinos de San
Martín lograron sacar de entre las peñas la imagen de la Virgen
escondida muchos años antes, comenzaron los prodigios: "Simón
(Vela) puso en contacto con la imagen la herida que había recibido el
domingo antes, la cual con el frío y la falta de cuidado se le había
agravado y quedó al punto sano. El segundo, Pascual Sánchez, fue curado
de un fuerte dolor de muelas, que nunca volvió a sentir. Juan Hernández
sanó de una grave enfermedad de dolor de estómago, que hacía diez años
que padecía, con solo tomar la imagen, acercarla al pecho y besarle luego
los pies. El cuarto, que era el escribano Benito Sánchez, curó de un
dedo en la mano, que desde su nacimiento tenía cerrado. El quinto, Antón
Fernández que era falto de oído y torpe de lengua, recobró el oído y
quedó expedita su lengua, 'llegando sus orejas a la bendita imagen y
tocando con la lengua el pie derecho de ella'. De todo ello dio testimonio
el escribano público, vecino de San Martín, que a todo se había hallado
presente. Los cinco volvieron contentos a sus casas, narrando todo lo
sucedido...".
Las
florecillas siguen brotando hoy día discretamente en las gentes sencillas
y de buena voluntad, que acuden a implorar el auxilio de Nuestra Señora.
Las hay de todos los tamaños y colores: unas vienen en el ramo de flores
de un esforzado ciclista que acaba de ganar una carrera; otras,
manifiestan la fe de una novia, que sube andando varios días la montaña
para implorar la salud de su novio de toda la vida; otras vienen en la
oración agradecida por la amiga que ha salido bien de una operación muy
delicada; otras por la nueva vida que llegó después de una complicada
espera; otras por aquel padre de familia que "milagrosamente"
salvó la vida en una enfermedad extraña...
Siempre
habrá pequeñas y hermosas historias de florecillas, mientras haya
corazones creyentes y agradecidos, que acuden a Nuestra Señora como la
Madre que alivia nuestros sufrimientos y abre la esperanza de nuestros
mejores deseos.
|