En una de las últimas tardes de la pasada
primavera cuando el tiempo, como se suele decir, se estaba poniendo
revuelto, la montaña de la Peña de Francia poco a poco se vio rodeada
de un cinturón de nubes negras que dejaban fuertes tormentas en las
Quilamas, la Sierra de Béjar, la Sierra de Gredos, los Valles Hurdanos, las
Batuecas... ¡Espectáculo impresionante, que impactaba fuertemente
nuestro espíritu con sentimientos contrapuestos de asombro y temor!
Y cuando aún estábamos sobrecogidos por la
insignificancia humana ante estos misterios profundos e incontrolables de la
naturaleza, apareció en el horizonte un magnífico arco-iris, que como
espléndida aureola coronaba con su diadema, desde el monte del Zarzoso
hasta el extremo opuestos del valle de las Batuecas. ¡Nunca jamás
habíamos visto un arco-iris tan grandioso y con intensidad tan profunda en
sus colores! Mientras tanto las nubes negras, ya más ligeras por el agua
perdida, iban siendo llevadas en alas del viento a visitar otros montes,
otros valles, otros pueblos, dejando tras de sí un cielo limpio y abierto,
a la vez que nuestros espíritus iban recobrando la tranquilidad y el
sosiego.
En
las primeras páginas de la Biblia el arco-iris es presentado como
signo de la paz y reconciliación entre Dios y los hombres... Después de
etapas de infidelidad, en el que el pueblo elegido sufría la oscuridad
del alejamiento de Dios, a través de guerras, sequías, inundaciones,
enfermedades..., llegaba el tiempo en que el pueblo imploraba nuevamente
la presencia de Dios en sus vidas. El arco-iris era para el pueblo
religiosos el sello con que Dios renovaba su amistad con el ser humano.
A
semejanza de la historia bíblica, una gran parte de la humanidad ha dado
la espalda a Dios, adorando de nuevo a "falsos y efímeros
dioses", como son el poder, la riqueza, la técnica, el materialismo,
el placer...; otra, en nombre de un "dios falso", predica la
venganza, el odio, la aniquilación del otro, la intolerancia...
Como
consecuencia de este alejamiento del Dios verdadero, nuestro mundo aparece
amenazado con negros y tormentosos presagios, que van sembrando
destrucción y sufrimiento. El absurdo de múltiples guerras sigue
presente entre nosotros con pocas esperanzas para la paz. Sigue aumentando
la pobreza, y cada día parece más difícil dar una solución práctica y
eficaz que acabe con esa lacra vergonzosa para toda la humanidad; siguen
también presentes la drogadicción, el sida, etc...
El
ser humano por sí solo no puede encontrar la salvación. Los creyentes
sabemos con certeza, que sólo con el reencuentro sincero con el Dios del
Amor, que es Padre, podremos volver a peregrinar por los caminos de un
mundo mejor donde brille de nuevo el arco-iris de la paz y la
fraternidad de los pueblos.
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