La montaña ha sido siempre un lugar privilegiado
para el encuentro del ser humano con el Misterio, con la Trascendencia,
con Dios... En los relatos bíblicos del Antiguo Testamento hay
momentos especialmente significativos, en donde los hombres elegidos por
Dios suben a la montaña, para comunicarse con Él en el silencio de las
cumbres solitarias.
Abrahán sube al monte Moria dispuesto a sacrificar
a su único hijo si fuera preciso, para mostrar su absoluta confianza y
fidelidad en Dios. Dios premia este gesto de absoluta generosidad de
Abrahán, llenándole de bendiciones, y prometiéndole multiplicar su "descendencia
como las estrellas del cielo y las arenas del mar".
Moisés asciende al monte Sinaí, en medio de
"truenos y relámpagos y una densa nube" que hacía temblar
a todo el pueblo, para recibir de Dios el Decálogo, que con sus
mandamientos ayude a los hebreos a vivir y a caminar por el árido desierto,
con un mínimo de respeto y de paz.
Jesús
subió con frecuencia a la montaña para orar, enseñar y tener ratos de
intimidad con sus discípulos. La subida al monte Tabor con Pedro, Juan y
Santiago para mostrarles el esplendor de su gloria, le hizo exclamar a
Pedro: "Maestro, ¡Qué bien se está aquí! Hagamos tres tiendas:
una para ti, otra para Moisés y otra para Elías..." El recuerdo
de esta impresionante manifestación, acompañaría y fortalecería el
ánimo a los discípulos, cuando Jesús maltratado y humillado, sin rostro
humano, fuera crucificado en el monte Calvario.
La
Peña de Francia es Sinaí y es Tabor. Es Sinaí, como acertadamente la
bautizó el peregrino francés Maurice Legendre, cuando se hace
presente la fuerza de la naturaleza con sus truenos, relámpagos y densas
nubes...". Es entonces cuando se nos hace más viva la oración del
salmista: "Señor Dueño nuestro ¡cuán magnífico es tu nombre
en toda la tierra! ¡Tú cuya majestad es celebrada sobre los cielos!
¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano, para darle
poder?".
Pero
en la montaña de la Peña de Francia también se experimenta la presencia
radiante de Dios en el Tabor. Son esos días de calma profunda, de
horizontes inmensos donde se hermanan sin fronteras la tierra y el
cielo... Las buenas gentes que en esos días suben a la Peña, exclaman
como Pedro: "¡Qué bien se está aquí...!, detengamos el
tiempo y quedémonos aquí... La venerada montaña convertida en Tabor, es
mensajera de la paz y luz, que el ser humano busca con esfuerzo mientras
va caminando hacia los confines de la eternidad.
Sinaí
y Tabor, que se manifiestan en la bella cumbre de la Peña de Francia,
están latentes en lo más hondo del alma humana, donde a los días de
tempestad, suceden los días plenos de felicidad, que parecen anticiparnos
ya "otros cielos nuevos y otra tierra nueva" ( II Pedro,
13), que un día esperamos definitivamente disfrutar "porque el
primer cielo y la primera tierra desaparecieron..." (Ap. 21,1).
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